miércoles, 23 de febrero de 2022

Noventa y nueve pequeñas grandes obras de arte literario.


 

«—Si me enseña a leer le compro un libro.

—¿Y para qué quiere aprender a leer?

—Para comprarle un libro».

Cuando leí este diálogo, que aquí he sintetizado, me asaltó un torrente de imágenes que recrearon el momento preciso en que Lázaro hablaba con el librero. Vi sus rostros y una vetusta librería de pueblo y los anaqueles vencidos por los años de soportar el peso de libros de disimulada sapiencia y el ambiente cercenado por la humedad de una calle poco transitada y mucha quietud y… Vi todo esto y muchas otras cosas. Me dije entonces: «Después de este Tratado contra los libros mi amigo Pepe Reyes va a tener muy difícil superarse». Ese modesto gran diálogo lo decía todo del arte narratoria de quien lo escribió.

Me equivoqué. Y fui consciente de mi yerro cuando tuve la oportunidad de saborear, de percibir con inmenso deleite el primero de los relatos cortos del libro que hoy nos ha convocado aquí. Sí, me estoy refiriendo a Cuentos urgentes para un tiempo lento. «¡No puede ser! ¿Cómo es posible decir tanto con tan poco?». Devoré el segundo, el tercero, el cuarto… Y las sorpresas iban saltando de uno a otro sin darme tiempo a reaccionar, hurtando mi nivel de conciencia cotidiana para llevarme a un mundo en el que nada parecía ser lo que era y al mismo tiempo sí que, ciertamente, en aquel texto impreso sucedía lo que debía suceder.

Poco importaba lo que se contara, ni siquiera cómo era contado por el autor. Era algo más, mucho más. Entre aquel bosque de palabras y silencios entre una y otra se refugiaba una extraña magia con el poder de sugerir imágenes y situaciones no escritas que cobraban vida a medida que la vista resbalaba por cada renglón. Aquel era mucho más que un libro de relatos, de cuentos urgentes. En ese volumen del que hoy hablamos en este local que otrora fue antiguo pósito, se condensan noventa y nueve pequeñas grandes obras capaces de desafiar la perspicacia y la capacidad de observación del lector más avezado. Noventa y nueve pequeñas grandes obras de arte literario sugeridoras de mundos tan reales como imaginarios, mundos tan diversos como lectores tengan la suerte de adentrarse en el mar de inspiradoras insinuaciones de un orbe casi feérico en el que duendes y hadas se han metamorfoseados en palabras colmas de magia.

Literatura, excelente literatura en estado puro.

Francisco Muñoz Guerrero

Madrid en San Roque, a veintitrés días del mes de febrero del año dos mil y veintidós.

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