jueves, 26 de febrero de 2015

Eduardo Martínez Rico, autor de Fernando el Católico. El destino del rey



Eduardo Martínez Rico nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 en la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró por la misma Universidad tres años después con una tesis titulada La obra narrativa de Francisco Umbral: 1965-2001. Ha publicado los siguientes libros: Umbral: vida, obra y pecados. Conversaciones (2001), Umbral. Las verdades de un mentiroso ilustre (2003), Alberto Vázquez-Figueroa o la aventura (2004), Pedro J. Tinta en las venas (2008), La guerra de las galaxias, el mito renovado (2008), un análisis sobre el trasfondo cultural y mitológico de la saga creada por George Lucas, en Alberto Santos, Editor, y Cid Campeador (2008), novela histórica, que pronto verá la luz con una nueva edición en Imágica.
Escribe habitualmente en prensa e Internet, siendo codirector de la revista Avuelapluma.com. Entre las publicaciones en las que ha colaborado están: Expansión, Época, Qué leer, Diplomacia y El Norte de Castilla. También ha publicado ensayos en libros colectivos sobre González Ruano y Eugenio D´Ors, y en revistas académicas como Dicenda, de la Universidad Complutense de Madrid. Ha participado en cursos y congresos sobre literatura y periodismo, y como docente ha impartido clases en la Universidad del Instituto de Empresa (Periodismo Cultural) y en los programas de máster del Instituto de Empresa («El valor de la palabra: escrita y hablada»), así como en la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y en Ciencias de la Comunidad de Madrid (Literatura Española).

miércoles, 25 de febrero de 2015

domingo, 22 de febrero de 2015

La historia mítica del héroe (La guerra de las galaxias: El mito renovado)




Un mundo virtual y «significativo»

Las investigaciones más recientes sobre el cerebro y el lenguaje humano, así como las realizadas por mitólogos y antropólogos,24 demuestran la enorme importancia de los mitos en la conformación de nuestra forma de ser y estar en el mundo, como individuos y como sociedad.
Sánchez Vidal destaca en su artículo la gran aportación de Terrence Deacon en La especie simbólica: La coevolución del lenguaje y el cerebro (The symbolic species: The coevolution of language and the brain, 1997). El proceso de simbolización es fundamental en el desarrollo del ser humano; eso nos ha permitido adquirir un lenguaje que no tiene por qué guardar relación con lo que significa. El hombre, gracias a ese poder de simbolización, vive en «un mundo virtual, con unas coordenadas temporales y espaciales propias».
Los mitos conforman el material del que está construido ese «habitáculo» y han contribuido a la evolución de la mente humana, a hacerla más dinámica y práctica para la vida. Los «mapas del mundo», «maquetas» que constituyen los mitos para nosotros, nos han permitido estructurar el mundo, complejísimas realidades, y nos han animado a lanzarnos a lo desconocido, a progresar en el sentido más amplio de la palabra.

En realidad, toda la sociedad se asienta sobre un lecho de mitos en diferentes grados de composición o asimilación [...]. Los mitos siguen apuntalando la poesía, la pintura, la novela, el cine, la música... En definitiva, los mitos cumplen el papel de siempre: permiten que sigamos siendo la especie simbólica. La que no se conforma con constatar lo que hay. Capaz de explorar nuevas perspectivas, consciente de que el hombre es animal que sobrelleva muy escasa cuota de realidad. Nos permite hacer planes. De algún modo, nos facilita ser más libres. Un respeto (Sánchez Vidal, 2005: 9).

Ese final, «Un respeto», solo quiere destacar los ojos cerrados, la ignorancia, bastante natural, con la que vivimos de espaldas al mito, inconscientes de su influencia en nosotros; vivimos sumergidos en él, y no sentimos ni vemos ese océano.
Creo que la máxima aspiración del ser humano es conocerse a sí mismo, porque a partir de ahí vendrá todo... y los mitos, si somos conscientes en la medida de lo posible de su significación, origen, funcionamiento y evolución, nos dan una llave maravillosa para realizar la gran empresa de nuestras vidas.
También en ese número de Muy Especial se ofrecía una entrevista con el catedrático de filología clásica Carlos García Gual. Ambos documentos, «La especie simbólica» y la entrevista a García Gual, nos sitúan con mucha claridad, y con un lenguaje sumamente accesible, en el mundo del mito, y al mismo tiempo conectan este tema tan inabarcable con el de La guerra de las galaxias. García Gual, en una entrevista realizada por Fernando Cohnen, habla del filósofo Hans Blumenberg para señalar lo que en su opinión es una de las grandes aportaciones del mito al ser humano: la «significatividad»:


 El filósofo alemán Hans Blumenberg señala que el mito aporta «significatividad» humana al mundo. El hombre primitivo lo ha necesitado para explicarse la realidad desde esa perspectiva. Más que las tormentas o las grandes convulsiones de la naturaleza, su gran miedo era que la realidad no tuviera sentido humano. Los mitos hablan de la actuación de los grandes dioses y de los héroes, que tiene sus efectos en el mundo. Los mitos están más allá de lo real y ofrecen una explicación de la realidad. Esa explicación simbólica tiene que ver en muchos casos con las creencias religiosas. Los mitos hablan de los grandes enigmas y eso aclara su presencia en cualquier cultura. También explica[n] por qué subsisten en una sociedad como la nuestra, que trata de buscar una explicación científica del universo. Y es que las mitologías tienen mucho que ver con el fondo religioso de los pueblos (Cohnen, 2005: 24).



Ya nos encontramos en esa confusión, que no es tal, fusión, del mito con la religión, el mito como esencia o vehículo —depende— de las creencias religiosas. Recordemos que en la religión griega los mitos eran el sustento del ritual, y no es raro que los dos profesores citen, en sus trabajos, La guerra de las galaxias como mito moderno, como una revitalización del mito. En realidad no hemos parado de crear mitos, más o menos duraderos;25 La guerra de las galaxias es uno de ellos, y sus elementos se ajustan maravillosamente a los que conformaron los más antiguos.


La nostalgia por un héroe perdido

El juicio del profesor García Gual sobre La guerra de las galaxias es más mítico que estético o literario, y sorprende la relación que establece entre la saga galáctica y la de Indiana Jones. Los elementos que destaca están presentes en una y otra; no sé si García Gual era consciente de que el escritor de ambas historias, el creador de todas esas situaciones y personajes, «héroes clásicos», «mitológicos», tratados con nostalgia, es el mismo, George Lucas.

Es nostalgia por el héroe mitológico. La guerra de las galaxias tiene nostalgia del héroe clásico, se trata de un relato imposible y fantástico en el que los grandes héroes luchan con espadas y armaduras que parecen medievales. Hay todo un halo romántico y nostálgico en esa puesta en escena. Algo parecido ocurre en la película En busca del Arca perdida, ya que el héroe es un arqueólogo que viaja por territorios extremos y por mundos que se remontan al pasado, donde todavía es posible la imaginación [...] y lo mágico (Cohnen, 2005: 26).

«Donde todavía es posible la imaginación y lo mágico.» Es una gran frase. Quizá sea George Lucas ese hombre que siente nostalgia por un pasado mítico, por un héroe clásico que tiene que luchar contra invencibles dificultades antes de regresar victorioso, más sabio y más completo, más verdadero, a su lugar de origen.


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sábado, 21 de febrero de 2015

El mito artúrico y La guerra de las galaxias. Entrevista con Luis Alberto de Cuenca


 
Extracto de "La guerra de las galaxias: El mito renovado"



El mito artúrico y La guerra de las galaxias



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viernes, 20 de febrero de 2015

Los personajes de la saga (La guerra de las galaxias: El mito renovado)




Obi-Wan, ideal jedi

Yoda es más sabio, Darth Vader más poderoso, envuelto en un halo de misterio, quizá el centro total de la película, Luke es la bondad inocente e ingenua, la extrema pureza, sobre todo al principio, Han Solo es la simpatía, la gracia constante, la generosidad... Hay personajes en La guerra de las galaxias que no pueden abandonar la memoria de los que las han visto. Pero Obi-Wan reúne lo que todos tienen en conjunto.
Él es sabio, fuerte, simpático, como todos, pero posee todas estas cualidades, y además es bondadoso como ninguno, comprensivo. Su papel en las películas es el de defensor de la República, primero; ayuda a los rebeldes en un momento en que él es el único que puede auxiliarles —y por eso Leia acude a él en el epiv—, y guía a los personajes que mueven verdaderamente las historias, héroes, elegidos: Anakin y Luke. Él mismo es un héroe mucho más positivo que ellos; no tiene lado oscuro; nunca, a lo largo de toda la saga, desfallece... Por supuesto, nunca busca el honor y la gloria, lucha como si lo hiciera otro por él. Su premio es poder hacer lo que hace; en realidad, es el gran maestro.
Yoda es demasiado elevado para enseñar, su sabiduría se mueve en terrenos demasiado elevados. Obi-Wan, como de-muestra en El ataque de los clones, es el hombre que se puede tomar una copa en un bar con un confidente para sacar una información, el joven sabio, y el viejo joven y sabio. Nosotros también nos tomaríamos una copa con Obi-Wan, pero la copa sería menos agradable con Anakin, incluso con Luke o con Qui-Gon Jinn.
Asistimos a la madurez de Obi-Wan durante todas las películas como sin querer; su papel es la del eterno secundario, y muchos lo llamarían segundón, pero para mí es uno de los más queridos. Y eso, naturalmente, lo consiguió Lucas con la primera trilogía, en la que le dio un protagonismo maravilloso.
Dicen que Ewan McGregor, que ya sabemos que sufrió lo suyo rodando estos primeros episodios porque tenía que actuar solo delante de pantallas azules —rodaje con cámaras digitales— y se aburría, vio la segunda trilogía varias veces, aprendiendo de Alec Guinnes sus gestos, su forma de actuar, su personalidad... Y así consiguió crear un personaje perfecto que enlaza con el original; ahora, en realidad, el original es él: él es Obi-Wan Kenobi. En la mirada de Ewan McGregor, en su forma de mover los dedos, de cruzar los brazos en ese gesto tan suyo, está Alec Guinnes y La guerra de las galaxias.
Obi-Wan es el hombre de acción, el destinado a las más grandes misiones, que le gustaría ser hombre de pensamiento, estatismo y meditación. Forma a Anakin, formará a Luke cuando ya esté retirado en el desierto como una especie de ermitaño. En el epiii, ese episodio tan clave, al final, con todo perdido, es el encargado de matar a Anakin.
Hay nuevas grandes misiones. Es Obi-Wan el que se hace cargo de los niños, los hijos de Anakin y Padmé, de ocultarlos de su propio padre y de la influencia todopoderosa del Emperador, y entrega a la niña al senador Bail Organa —«Mi mujer y yo nos quedamos con la niña. Llevamos mucho tiempo queriendo adoptar a una niña»—, y el niño al hermanastro de Anakin, Owen, un granjero de Tatooine que no puede ser más distinto de Anakin. Él es el que aparece encapuchado al final del día en la casa de los granjeros y entrega a Luke.
Cuando Yoda cae derrotado por el canciller Palpatine, toda una enseñanza que él asume con sabiduría, el gran maestro jedi exclama: «Al exilio me veo obligado». En este lenguaje político está una de las claves de La guerra de las galaxias. Obi-Wan también parte al exilio. ¿Qué vida llevarán todos estos personajes en tantos años? Cuando en el epiv volvamos a verlo, Obi-Wan será un anciano; ya era sabio antes, ahora lo es más. ¿En qué ha ocupado su tiempo?


Yoda, la esencia jedi

Monjes guerreros, los jedi no son seres contemplativos, o no son puramente contemplativos: también son hombres de acción. Son guerreros, en cierto modo, antiguos caballeros medievales, una especie de hermandad espiritual que protege la galaxia.
El consejo jedi es un órgano consultivo del Senado, y se rige por un organigrama muy completo que en las películas, en poco tiempo, y mostrando más que explicando, al más puro estilo novelesco, se nos desvela. Los jedi sienten, piensan, no son individualistas, se apoyan unos a otros, se les encomiendan misiones... Hay un orden jerárquico. Incluso Yoda, como hemos tenido la oportunidad de comprobar en epii y epiii, es un guerrero: inolvidables, para algunos en el peor sentido, sus apariciones súbitas a bordo de una nave-helicóptero de combate rodeado de tropas clon.
Cuando nos lo volvemos a encontrar en El Imperio contraataca, es un anciano que lo ha visto todo, absolutamente todo, pero ya quedó patente en los primeros episodios. Yoda es una especie de gran yogui; tiene más de ochocientos años y siente más que nadie la Fuerza. La siente tanto que el engreimiento, la demostración de su poder, todo lo corrupto, sucio y vil que puede suponer la Fuerza en él es completamente inane. Luke se siente muy defraudado al principio cuando lo conoce.
«Ah, ¿un gran guerrero?», le dirá Yoda refiriéndose a lo que busca Luke.





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jueves, 19 de febrero de 2015

"George Lucas, algo más que un director" La guerra de las galaxias: El mito renovado.




Extracto de "La guerra de las galaxias: El mito renovado"


George Lucas, algo más que un director
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miércoles, 18 de febrero de 2015

Los orígenes de la saga. (La guerra de las Galaxias: El mito renovado)



Lucas, en un reportaje de Tom Robston para Fotogramas, con su habitual serenidad, explica algunas circunstancias previas al rodaje del epi, lo primero que veríamos de la trilogía; cuando presentó el epiii, hacía memoria del siguiente modo:

Hubo gente de la productora que me preguntó: «¿Ahora empezarás con la historia de cómo Darth Vader llegó a ser Darth Vader?». Y yo respondí: «No, esa será la tercera. La primera va a tratar de un niño de 10 años». Me dijeron: «Nadie apostará por ella». Yo repliqué: «Pues la próxima va a ser una historia de amor». Y ellos dijeron: «Tiene que haber más acción». Y yo les respondí: «Bueno, lo importante es la historia». La primera trilogía es la historia del niño, y esta [segunda trilogía] es la del padre. Así que trata de cómo una generación tiene que acarrear con la herencia de la otra. Pero también es cierto que esta trilogía no tiene el aire despreocupado de la anterior. La primera era positiva. Esta es una verdadera tragedia griega (Tom Robston, 2005: 100).

Lucas fue desde el principio un director que tuvo que enfrentarse y contemporizar con las estructuras cinematográficas, los grandes estudios y las productoras. Nadie creía en La guerra de las galaxias cuando se empezó a gestar, y fue todo un fenómeno sociológico y de taquilla; han pasado veinte años y sigue enfrentándose con los mismos problemas.
Los productores no saben predecir ni considerar el talento de los directores, pero tampoco el «capricho» de los espectadores. «Lo que importa es la historia», dijo Lucas; había llegado a tal nivel de complejidad en su relato, que ya solo importaba ponerse al servicio de él: que todo encajara, que fuera coherente. Lucas sabía que no podía hacer antes el epiii que el epi o el epii, aunque fuera el más comercial, porque ese era el que todos estábamos esperando; si la historia de la primera trilogía trata de cómo Anakin Skywalker se convierte en Darth Vader, había que contarla desde el principio, y los cabos se empezarían a atar desde el principio, desde el primer episodio. No olvidemos que esta primera trilogía también enlaza abundantes datos, tramas principales y secundarias... La primera trilogía, con sus características, tiene su propia vida.

Tenía que tender puentes entre los 22 años que separaban el Episodio ii del Episodio iv. Para ello, tuve que unificar muchas tramas, así como las trayectorias de los personajes y sus trasfondos temáticos. Además, pensé que estaría bien despertar el interés de la gente sobre ciertos aspectos de las películas que ya habían visto. En el Episodio iv la gente no sabía si Vader era un robot o un monstruo. Ahora, la gente que vuelva a ver el Episodio iv dirá: «¡Dios mío, es Anakin! El pobre chico todavía está atrapado en ese traje». El drama y la tensión se revierten por completo (Tom Roston, 2005: 102).

Resulta llamativa la forma que tiene Lucas de explicar, o sintetizar, el espíritu de su obra, los mecanismos narrativos y cinematográficos que mueven La guerra de las galaxias: «Se trata de una nueva forma de poesía».
¿Cómo es esa «nueva forma de poesía»?
Llevaba más de veinte años sin ponerse detrás de una cámara para dirigir. ¿Por qué en ese momento y no antes? Sus mejores amigos directores, como Steven Spielberg y Brian de Palma, le habían insistido para que volviese, pero durante mucho tiempo él no quiso oírlos. Aquí confluyen varios factores; por un lado, un cambio de tipo de vida: Lucas adoptó a su hija Amanda y decidió ralentizar su ritmo de trabajo y dedicarse a otras cosas —sobre todo al desarrollo de Lucasfilm Ltd. y sus empresas satélites—. Por otra parte, dejó de dirigir por cuestiones prácticas:

En realidad yo nunca había dicho que volviera a dirigir. Con las otras dos películas me di cuenta de que me costaba más trabajo supervisar a otros directores que hacerlo yo mismo. Así que no tengo que discutir con tanta gente. Lo que sucedía es que yo en esa época tenía otras prioridades (Fotogramas, 2005: 39).

Además, no debemos olvidar su experiencia agotadora como director de La guerra de las galaxias, epiv. Lucas acabó en el hospital al límite de sus fuerzas, víctima de la tensión y del enorme trabajo realizado.
Su empresa, Industrial Light & Magic, fue la responsable de los efectos especiales de Parque Jurásico; Lucas intervino en el montaje y posproducción de la película. Él había creado esa compañía y la había potenciado con vistas a que algún día tuviese la capacidad necesaria para desarrollar y plasmar sus ideas en cine. La tecnología con que contaba ya era suficiente, y se dio cuenta de que era más fácil y rápido hacer las películas él mismo, sin más intermediarios; entonces, los primeros episodios de La guerra de las galaxias pasaron a ser una prioridad para él, ya que disponía de la tecnología que necesitaba: había llegado el momento.


La amenaza fantasma, una diferencia esencial

Ha pasado el tiempo desde El retorno del jedi y mucho más desde La guerra de las galaxias, epiv; pero el tiempo, en la cronología de los primeros episodios, marcha hacia atrás: se nos sitúa muchos años antes de que nazca Luke Skywalker. La nueva trilogía cuenta la historia de su padre Anakin, de cómo conoce y se enamora de su madre, Padmé Amidala, y cómo la República pasa de un equilibrio inestable a convertirse en el primer Imperio Galáctico; es el ascenso al poder de los sith, señores del lado oscuro, y la caída de los jedi, su casi total extinción.
Es interesante leer las primeras páginas de La guerra de las galaxias, la novela que firmó Lucas sobre la película, y comprobar que las líneas básicas, argumentales, de la primera trilogía estaban completamente trazadas en 1976, incluso antes.


Antaño, bajo el sabio gobierno del Senado y la protección de los caballeros de Jedi, la República prosperó y floreció. Pero, como ocurre con frecuencia cuando la riqueza y el poder superan lo admirable y alcanzan lo imponente, aparecieron seres perversos llenos de codicia.
[...] Persuadido y ayudado por individuos turbulentos y ansiosos de poder, y por los impresionantes órganos de comercio, el ambicioso senador Palpatine se hizo elegir presidente de la República.
[...] Después de acabar mediante la traición y el engaño con los caballeros de Jedi —paladines de la justicia en la galaxia—, los gobernadores y los burócratas imperiales se dispusieron a establecer el reinado del terror en los desalentados mundos de la galaxia.
Pero unos pocos sistemas se rebelaron ante estos nuevos ultrajes. Se declararon opuestos al Nuevo Orden y emprendieron la gran batalla para restaurar la Antigua República (1984: 7-8).

Lucas y su equipo se esforzaron mucho por dar un aire «antiguo», o por lo menos «anterior», a estas nuevas películas en comparación con las que conocíamos; debía quedar claro que, por muchos años que nosotros hubiéramos vivido, la nueva historia contaba los orígenes de los episodios ya rodados. Para lograrlo se dio una pátina oscura a las imágenes y también al diseño de naves, vehículos, armas, vestidos y uniformes; pero la tecnología había cambiado, se había desarrollado mucho, tanto que ese era el motivo por el que Lucas se había decidido a crear los nuevos episodios y volver a ponerse detrás de una cámara.
Lo primero que llama la atención ante La amenaza fantasma es precisamente esa revolución tecnológica. El planeta desértico Tatooine aparece junto al sofisticado y urbano Coruscant, sede del Senado; Naboo, la cuna de la reina Amidala, es un lugar que contiene desde el reino submarino más fantasioso hasta una ciudad con reminiscencias clásicas y de todo tipo. George Lucas explica este cambio:

En las anteriores películas me encargué de que la historia se desarrollara en un extremo de la galaxia para evitar así las complicaciones que podría acarrear la puesta en escena de civilizaciones más sofisticadas. Ahora, en cambio, tenía los medios tecnológicos y por tanto, podía complicar el diseño (Fotogramas, 2005, 38-39).

Sin embargo, hay un choque muy grande, difícil de resolver, en una historia que se anticipa muchos años a la conocida y que por ello tiene que mostrar un cierto atraso tecnológico. Todo debe parecer más viejo, pero los mecanismos con que se muestra son mucho más avanzados.


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