martes, 19 de abril de 2016

MITOS, PREGUNTA Y RESPUESTA



Tribuna para El Norte de Castilla




Empecé a interesarme por los mitos sobre todo a raíz de un libro que escribí sobre La guerra de las galaxias, películas a las que dediqué hace poco una tribuna. Bien, los mitos y los cuentos de hadas son el trasfondo de estas películas, llamadas “el mito renovado” por el gran mitólogo Joseph Campbell, y de muchas otras películas, de muchas otras historias. Posiblemente el mito sea la historia con mayúsculas, por antonomasia. Todo depende de la trascendencia que tenga, o que le demos a esa historia. Y es que “mito” significa “relato”, “cuento”, y su periplo por nuestro devenir, nuestro ser, lo que sabemos de nosotros mismos es muy grande, complejo, fascinante.
Carl Gustav Jung relacionó los mitos con lo que él llamaba “arquetipos”, presentes en todos nosotros, artífices del inconsciente colectivo. De estos arquetipos, palabra que etimológicamente procede de “fuente”, “origen”, manaban los mitos. Los mitos son el origen de todas las historias, de las reales y de las inventadas, de lo que somos y de lo que queremos ser. Gracias a los mitos –los mitos, según Campbell, o son “modelos” o no son nada- conseguimos realizar hazañas esplendorosas, fuera de nuestro alcance si no fuera por ellos. Relacionan nuestra vida interior y la exterior, y son una muestra de que la especie humana está mucho más unida de lo que a veces parece. El héroe de las mil caras, de Campbell, libro que cambió la vida a George Lucas, creador de La guerra de las galaxias y de muchas otras películas y producciones, ese libro muestra al lector cómo en muy diferentes partes del mundo, en muy diferentes culturas, el hombre utiliza patrones similares para responder a sus grandes incógnitas. Porque, como recuerda Jung, el hombre primitivo recurre a los mitos no para que le digan lo que ya sabe, sino lo que no sabe, y a menudo lo que le atemoriza, y lo hace en forma de relatos. Finalmente, el hombre primitivo, el hombre, crea mitos porque los necesita.
Lo curioso es que esos mitos pueden tener un origen real. Es decir, unos mitos alimentan a otros mitos, como de hecho ocurre, por ejemplo, con Alejandro Magno, gran admirador del héroe Aquiles –dormía, nos cuenta Borges, con la Ilíada y un puñal debajo de la almohada-, que inspirándose una y otra vez en él consigue superarlo y atravesar, él mismo, su propio proceso mitificador. Personajes reales pasan a la leyenda oral, o a la tradición escrita, o antes o después a la Historia –la Historia puede ser mitificadora… y es un “relato”-, y hoy al cine, por ejemplo, y a todos los modernos dispositivos que vamos creando.
El caso del Cid lo conozco un poco porque escribí una novela basada en él. Muchos niegan hoy su existencia real. Ramón Menéndez Pidal se esforzó por darle esa encarnadura histórica, La España del Cid, maravilloso libro. Pero el Cid vivió en los romances, en el Cantar de Mío Cid, y en esta obra fue utilizado por motivos políticos. Ya era raro que sobreviviera a la Historia porque lo normal es que ésta, en su tiempo, sólo se ocupara de los grandes personajes, prácticamente sólo de los reyes. El caso del Rey Arturo me recuerda al del Cid, aunque su historicidad parece mucho más difícil. Pero su mito flota y se elabora también en la literatura, como el de Alejandro en su tiempo. Ya tenemos hoy problemas, leyendo libros y artículos para saber cómo es un personaje real, contemporáneo, un personaje, digamos, destacado, imagínense ustedes cuando ha pasado un milenio, o varios, entre ellos y nosotros. El hombre se convierte en personaje, el personaje en héroe, de muy diferentes tipos, y el héroe en mito. Pienso que precisamente esas distancias temporales son las que aprovecha el mito para reforzarse, para afianzarse en torno a un personaje, una historia, un fenómeno, etc.
Una relación muy interesante, clave, es la que une al chamán con el mundo del mito. El chamán, en culturas primitivas, era el que tenía el don de contactar con los muertos, de sanar a los enfermos, de realizar conductas milagrosas. También de crear historias, historias que vienen de ese gran limo de la mitología, con la que conecta, para producir sus propios mitos, relatos que impactarán en los oyentes, que los visualizarán y que cambiarán su conducta. Robert Walter nos dice que un cuento bien hecho, pero un cuento normal, encanta, nos encanta, dice, pero no entra en lo más profundo de nosotros ni cambia nuestras conductas. El mito sí. Los mitos se mueven del mundo exterior al interior. Alimentan a los privilegiados que saben captarlo, privilegiados que a su vez elaboran con esta inspiración y su don, digamos, sus propios mitos, historias, relatos, modelos, que condicionarán a su vez a otras personas. Hoy esos chamanes recuerdan poderosamente a los escritores y artistas, especialmente diría a los escritores –una forma de artistas-, tal vez porque los conozco mucho mejor. Campbell, maravillosa frase, decía que el mito era el sueño despersonalizado, mientras que el sueño era el mito personalizado. Aquí vemos, perfectamente explicado y sintetizado, ese recorrido, comunicación permanente entre el mundo personal y el de toda una especie. Pues todas nuestras historias nos cuentan a nosotros mismos, lo que sabemos y lo que no sabemos, que los mitos desvelan o ayudan a saber. Los mitos también son acción, nuestra, porque animan a actuar, y me gusta visualizarlo.

Eduardo Martínez Rico

Escritor y periodista




Publicado en El Norte de Castilla el 20 de noviembre de 2014










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martes, 5 de abril de 2016

Sobre héroes


Tribuna para El Norte de Castilla

En una ocasión mi amigo y compañero de facultad el profesor Daniel M. Sáez Rivera me dijo que se había dado cuenta de que yo siempre escribía sobre héroes. Puede que en mis libros esto sea cierto, o bastante aproximado, y es verdad que, como a casi todo el mundo, me fascinan los héroes. De hecho me siento muy identificado con Borges cuando decía que a él le hubiera gustado ser el héroe y no el que contaba las sílabas, las sílabas del poema que cantaba a los héroes. A mí también, sinceramente, me hubiera gustado ser el héroe, y no el cantor. Pero tal vez no, si lo pienso bien, pues siempre he sido gran lector y desde pronto me gustó escribir.
Reflexionando sobre este tema para una tribuna me he percatado de muchas cosas. Como hago siempre que una palabra me intriga especialmente, acudo a la edición que tengo del Diccionario de la Real Academia Española, que ofrece distintas acepciones de héroe. La que más me satisface, en este caso, es la siguiente: “Varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes”. Esto significa un concepto muy amplio de héroe, que lo aleja, en cierto modo, del prototipo que todos tenemos en la cabeza, el que ha difundido la literatura y el cine. Los héroes suelen ser fuertes, jóvenes, guapos, con grandes cualidades. Pero no todos son así. A mí me llama la atención cómo últimamente se insiste en la literatura y en la pantalla en héroes en principio muy débiles, lo que da mayor mérito y valor a sus hazañas; así por ejemplo los hobbits de El señor de los anillos o el personaje de Willow en Willow, también un enano. Es decir, el peso de la aventura recae en los que en principio tienen menos capacidad para llevarla a cabo, y así suele suceder en la vida –y esto me importa mucho-: tal vez solemos minusvalorarnos y pensar que poseemos menos capacidades de las que tenemos finalmente, y es que el ser humano atesora grandes fortalezas, muchas veces sorprendentes, en primer lugar para nosotros mismos.
Otro día el mismo amigo, el profesor Sáez Rivera, me preguntó qué era un héroe para mí y yo contesté, a bote pronto, que era alguien que se sacrificaba por los demás, y alguien que vencía sus propias limitaciones, porque, le decía a mi amigo, qué mérito tiene sobresalir, brillar, en donde tenemos nuestras fortalezas… Pero tal vez, como en tantas cosas, yo me equivocaba, porque aunque tengamos mucha facilidad en algo, es muy posible que nuestras empresas se vayan complicando a medida que desarrollemos nuestras propias capacidades, con lo que sí que tiene mérito realizar esas empresas.
He estado reflexionando sobre los héroes de la literatura y del cine, también del cómic, que son, todos ellos, los que mejor conozco. Pero también he reflexionado sobre los héroes de la vida real, los héroes de la Historia, y los “héroes cotidianos”, como diría mi amiga Pilar Jericó, que tiene un libro muy interesante sobre esto. Y he encontrado que un héroe, o heroína, para mí, generalizando, es aquella persona que piensa antes en los demás que en sí mismo, en tantas circunstancias de la vida, y así encuentro que ser padre, quizá más todavía madre, es una forma de ser héroe, pues un padre o una madre tiene que pensar, generalizando, antes en sus hijos que en sí mismo, para sacarlos adelante. Es posible que a esto no le demos toda la importancia que tiene porque la naturaleza nos ha hecho así. Entonces, ahora que lo pienso, encuentro que la naturaleza, que es verdad que es sabia, nos hace de tal determinada manera que el comportamiento heroico entra en nosotros, en nuestra propia forma de ser, y actúa.
Pero claro, al margen de esto, hay otros tipos de héroes, muchos tipos de héroes. El gran mitólogo Joseph Campbell estudió muchos de ellos en libros maravillosos como El héroe de las mil caras, que tanto inspiró a George Lucas para la creación de La guerra de las galaxias. Yo encuentro, claro, que los misioneros son héroes, que los santos son héroes, y que hay muchas profesiones que ejercidas de una determinada manera, confieren el calificativo de héroe a los que la ejercen. Seguramente tantos médicos, profesores, tantos profesionales… son héroes. El héroe, me parece a mí, pensando en los demás antes que en sí mismo –y quien escribe esto es un gran egoísta-, se levanta de su condición puramente humana y se convierte en un héroe, porque el pensar en los demás antes que en uno mismo lleva a actuar, a hacerlo de un modo muy especial. Y sí, pienso que también nos elevamos cuando superamos alguna o muchas de nuestras limitaciones y vamos más allá de lo que pensábamos que éramos nosotros mismos, para ser alguien  mucho más completo,  pleno y servicial para los otros, para nuestros semejantes y también para el mundo que nos rodea.
La épica, que tanto se ha ocupado de héroes, y de dioses, no en vano llamaba héroes a los hijos de dios y de mortal, no explotó, que yo recuerde ahora, esta posibilidad heroica, cosa que sí ha hecho la novela y el cine modernos. Sin duda Superman piensa más en los demás que en sí mismo, y también Batman, y también Spiderman, superhéroes del cómic y del cine. Si no no harían lo que hacen. Pero sin duda son héroes también los que no lo parecen tanto, los que realizan acciones heroicas, grandes y pequeñas, mostrando cualidades que no sospechaban tener, cuando ellos no lo podían esperar, probablemente tampoco muchos de sus semejantes.

Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología

Publicado en El Norte de Castilla el 12 de mayo de 2015










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