martes, 22 de diciembre de 2015

ANTE LA GUERRA DE LAS GALAXIAS, EPISODIO VII

Tribuna para El Norte de Castilla






El éxito de la saga de La guerra de las galaxias ha sido tan grande que casi parece que la palabra “éxito” se le queda pequeña. Es más bien un fenómeno difícil de definir o limitar pues afecta a todo el mundo, seguramente a millones de personas. Yo soy una más de ellas, con la diferencia, quizá, de que las he estudiado con cuidado, y con mucho placer, durante años. Pero reconozco que hay mucha gente que sabe de La guerra de las galaxias, por esa misma razón, porque es grande el placer que reciben de ella, y porque de algún modo la consideran importante en sus vidas. Pero ¿qué hay detrás de La guerra de las galaxias?, ¿qué hace diferentes a estas películas?
Yo creo que una de las claves está en su concepción, en cómo George Lucas las creó, con mucho esfuerzo, un lápiz y un bloc de hojas de papel, documentándose durante horas por las tardes, estudiando sobre mitos, cuentos de hadas, historias de ciencia-ficción, y escribiendo por las mañanas lo que había asimilado en esas lecturas.
Lucas declaró que se había dado cuenta de que los niños estaban creciendo sin cuentos de hadas, y decidió hacer su propio cuento de hadas, su propio mito. Ahí puso todo su talento, su inteligencia, toda la documentación lograda en esas sesiones maratonianas y el interés y la curiosidad que le habían llevado, hacía años, a estudiar escritura creativa, interesarse por materias del tipo de la Antropología o la Mitología, o matricularse finalmente en la Universidad de Cine de California.
Al principio, en esas sesiones de escritura de varias horas, Lucas lo hizo conscientemente, buscando contar la historia que quería contar, pero se dio cuenta de que no funcionaba; entonces probó a hacerlo de una forma próxima a la escritura automática, es decir, dejando que todo lo que había leído sobre las materias que tanto le interesaban formara por sí mismo esa historia. Acertó.
Y así estas películas se ven a un nivel onírico, como si fueran un sueño. Ya Irvin Kershner, el magnífico director del Episodio V, El Imperio contraataca, para muchos el mejor de la serie, dijo que La guerra de las galaxias funcionaba a ese nivel onírico, precisamente el nivel de los sueños, y así explicaba su éxito.
No en vano es un mito, “el mito renovado”, como dijo el mitólogo Joseph Campbell cuando vio el Episodio IV, la primera película rodada, en el Rancho Skywalker, y el mito, según este sabio, es el sueño despersonalizado, mientras que el sueño es el mito personalizado. Vemos pues La guerra de las galaxias como un sueño compartido, como algo que seguramente conecta con el inconsciente colectivo, con los arquetipos o fuentes de las que manan todas las historias; no olvidemos que “mito” significa “historia”, “narración”.
Lucas, trabajando en los materiales de hoy y de siempre y dejando hablar a su propio subconsciente, había conectado con el mito, con ese sueño despersonalizado, con un cuento de hadas que está contado en el pasado “Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana”, una renovación del “Érase una vez…” propio de esos cuentos, y que en realidad tiene lugar en un tiempo indeterminado, prestigioso, muy propicio a los grandes héroes y a los grandes hechos. Quizá también La guerra de las galaxias nos afecte tanto, nos agrade tanto, porque vivimos en un mundo lleno de avances tecnológicos pero muy poco dado a heroísmos, por lo menos como los que poblaban las historias del pasado.
Estas películas precisamente logran el difícil cruce de lo tradicional y lo tecnológico, lo antiguo y lo moderno, como se ve en la propia configuración de los personajes –Han Solo, vaquero del espacio, Jedis, revitalización de los samuráis… por ejemplo-, o en los planetas, las naves, los paisajes, como una constante de estas películas. Lucas mezcla una modernísima ciencia-ficción, plena de efectos especiales que en su momento fueron muy impactantes, con materiales narrativos que venían prácticamente de ese illo tempore, “aquel tiempo” mágico, de las grandes historias míticas.
En realidad, lo que parece que había conseguido George Lucas era una historia de historias, una historia con los elementos arquetípicos de todas las historias, un relato que, por ejemplo, contaba la “aventura del héroe”, que tan bien explicó Campbell en El héroe de las mil caras, cómo alguien recibía la llamada de la aventura y se enfrentaba a un número determinado de pruebas, era ayudado por unos personajes mientras que otros le obstaculizaban su acción, hasta que se hacía con un objeto mágico, que podía ser simbólico, como la sabiduría o un conocimiento especial, y regresaba a su tierra para hacer partícipe de su hallazgo o logro a toda la comunidad.
El primer episodio que vimos, La guerra de las galaxias. Episodio IV. Una nueva esperanza, se estrenó en 1977. Yo nací en 1976. A muchos estas películas nos han acompañado toda la vida, entre la diversión, la pasión o la intriga. Ahora estamos ante el Episodio VII, El despertar de la Fuerza. En unos momentos La guerra de las galaxias nos ha dicho unas cosas y en otros otras. Ha crecido con muchos de nosotros. Yo escribí  mi libro El mito renovado profundizando en una serie de intuiciones que habían tenido lugar a lo largo de muchos años. ¿Por qué podíamos ver estas películas una y otra vez sin cansarnos? La respuesta está en ellas y en nosotros mismos, en nuestra historia y en nuestra cultura.




Eduardo Martínez Rico
Escritor y Doctor en Filología




Publicado en El Norte de Castilla el 18-XII-2015

miércoles, 9 de diciembre de 2015

FERNANDO EL CATÓLICO, EL REY OLVIDADO

Tribuna para El Norte de Castilla



Fernando el Católico es un personaje que me parece profundamente atractivo, más atractivo que simpático, pues también tiene un perfil duro, y puede que ese perfil atrajera a Maquiavelo, que vio en él a un gran político, a un “príncipe nuevo”, modelo de príncipe y prototipo de los reyes de su tiempo. Hace unos años escribí una novela histórica sobre él, ahora publicada, fruto de la admiración y el gran interés que siento por el rey Fernando. La novela se llama Fernando el Católico. El destino del rey, y es por ella que me encuentro con que me resulta difícil distinguir, dentro de la historia del rey, la Historia de la ficción.
En 2006 leí para hacer trabajos periodísticos La mirada del poder, de Pedro González-Trevijano, estupendo libro que ofrecía las semblanzas de los diez personajes más importantes del segundo milenio, a juicio del autor, y un estudio de las representaciones que les hicieron, sobre todo pictóricas. Entre los personajes estaba Fernando, que fue el que más me llamó la atención. La mirada del poder es un ensayo artístico pero también político, pues muestra cómo se ha utilizado el arte al servicio de la política, de la Historia, de la posteridad.
Mientras leía y estudiaba para escribir mi novela me iba dando cuenta de lo olvidado que estaba este rey, si lo comparamos con su mujer, Isabel, de la importancia que tuvo. Por lo visto la historiografía de la época de los Austrias –Gracián le dedicó una obra llamada El político Don Fernando el Católico- fue muy positiva con él, pero la historiografía romántica enalteció a Isabel por encima de Fernando. Yo no tengo nada en contra de Isabel, que sin duda fue una grandísima reina. De hecho, hoy en día muchos los consideran los mejores reyes de la Historia de España, y de Fernando cada vez se oye más decir que es nuestro mejor rey.
¿Cuáles son las notas más llamativas de Fernando II de Aragón y V de Castilla, llamado “el Católico” por Alejandro VI, el papa Borgia? Por un lado su destreza política, lo que le hizo famoso en toda Europa, por otro, me temo, su talante mujeriego. Ésas son las notas más populares, sobre todo la segunda, pues se le suele presentar como un gran mujeriego, característica que comparte con otros reyes, como Carlos V y Felipe II, sobre todo en ciertas épocas de su vida.
Así lo vi yo en mi novela y así parece que le han visto muchos –Fernando Vizcaíno Casas escribió un libro sobre las mujeres del Rey Católico-, y eso que los historiadores –estoy pensando en Luis Suárez- dicen del aspecto femenino que Fernando debió de ser muy discreto en el tema de sus relaciones sexuales porque no hemos encontrado testimonios.
Puedo decir de él, de los dos reyes, que su boda fue política, pero que nació el amor entre ellos, y que Hernando del Pulgar, cronista de la corte y dueño de una gran prosa –a Raúl del Pozo le gusta mucho-, destacaba cómo reinaba entre ellos la armonía, y cómo el privado del rey era la reina y el privado de la reina era el rey.
Me llamó mucho la atención cuando leía sobre Fernando el Católico la existencia de una “leyenda” según la cual un cometa presidió su nacimiento, y cómo una monja del Barco de Ávila predijo cómo iba a surgir un gran príncipe. El nacimiento de Fernando y su vida se vio rodeado siempre de un halo mesiánico, halo que señalan algunos historiadores pero no todos. Pedro González-Trevijano sí que lo señalaba en La mirada del poder, y eso también me atrajo, pues me debió de parecer muy novelesco.
En enero de 2016 se cumple el quinto centenario de su muerte, y hoy quería hablar un poco de este rey que me parece tan importante y que creo que está bastante olvidado, o no justamente valorado. En su época se le consideraba el mejor político de Europa y era realmente famoso. Maquiavelo decía que las “grandes empresas” y las “acciones raras y maravillosas” eran lo que más aumentaba el prestigio de los príncipes, y de ésas él, junto a su mujer Isabel, tuvo muchas. Le dieron enorme prestigio la guerra de Sucesión de Castilla, la guerra de Granada y el Descubrimiento de América, entre otras hazañas. Con él y con Isabel se puede considerar que nace España, y aunque a ella se le llamaba Reina de Castilla y a él Rey de Aragón, compartiendo poderes en una estructura complicada, en el extranjero se les llamaba “reyes de España”.
Sí, no distingo bien lo histórico, lo que realmente sucedió, de lo que inventé, pues ya sólo al narrar se inventa, ya sólo al crear diálogos estás inventando pues no sabemos lo que se dijo en tal o cual ocasión. Pero tengo claro el aire de la época y del personaje, su personalidad; y lo mismo me ocurre con Isabel. González-Trevijano decía en su libro que se imaginaba al rey Católico como un jugador de ajedrez; creo que yo lo puse en escena así. Un hombre con gran don de gentes, con la “comunicación amigable”, que decía Hernando del Pulgar, inteligentísimo, más partidario de las palabras que de las armas. Gran estratega. Yo puse el foco en Fernando pero Isabel también fue extraordinaria. Estudiándolos, y aun comprendiendo que la Historia tiene sus tiempos y que a ellos les tocó uno bien determinado, quizá muy propicio, uno tiene la sensación de que tenían que ser ellos, como ellos, los que realizaran lo que realizaron, la creación de un nuevo país, o el salto a una nueva dimensión de país. Con sus defectos, como todos los mortales.


Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología




Publicado en El Norte de Castilla el 14 de abril de 2015.

jueves, 3 de diciembre de 2015

EN COMPAÑÍA DEL CID

Tribuna para El Norte de Castilla







No quiero hacer un artículo lleno de nombres y de fechas. Llevo tratando muchos años al Cid, desde niño; he escrito una novela sobre él y muchos artículos, y ahora encuentro que es como si escribiera sobre el personaje por primera vez. Apenas sé por dónde empezar.

Me acuerdo de que cuando lo leí tanto y escribí tanto sobre él, me llevé la sorpresa de que no era tan conocido como era de esperar. Me acuerdo de que hablé con José Luis Olaizola, autor de varias obras sobre el Cid, y los dos habíamos llegado a la misma conclusión: los españoles no conocían al Cid. Está considerado nuestro héroe nacional, pero mi experiencia es que se conocen dos o tres anécdotas del personaje, que suelen ser falsas, o legendarias, y casi no se conoce nada más.

Lo cierto es que el Cantar de mio Cid es una obra muy difícil de leer. Celebrada por los críticos como una obra maestra, la primera obra maestra de nuestra literatura, o al menos un libro fundacional. Creo que los lectores españoles se han ido acercando al personaje gracias a la película de Anthony Mann sobre el Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren, magnífica en mi opinión, y a otras películas o series de televisión, como Ruy, pequeño Cid, que fue clave para que yo entrara en contacto con el personaje.

Aparte de esto, sí se ha escrito mucho sobre el Cid. Digamos que la esencia mítica y legendaria está en esas obras, o en la mayoría de ellas, los elementos cidianos. Es decir, se puede conocer el Cid a través de muchos caminos, y esto es maravilloso.

Desde los poemas de Manuel y Antonio Machado, Anillos para una dama de Antonio Gala, El Cid, el último héroe, por ejemplo, de Olaizola, romances… El Cid, desde que cabalgó en el siglo XI ha vivido y vive en la literatura. Eso sí, yo recomiendo al que le apetezca embarcarse de verdad en la aventura del Cid que lea La España del Cid, de Menéndez Pidal, una obra histórica y filológica, pero tan apasionante como la mejor novela. Ahí está el Cid, su peripecia, la propia aventura de Menéndez Pidal y, si usted es aficionado al Cid, también su propia aventura. Así fue la mía cuando leí ese portentoso libro, y así ha sido cuando lo he revisado para escribir este artículo.

Me da la impresión de que los autores que hemos estudiado, cantado o fabulado sobre el Cid, desde el escritor, o escritores, del Cantar, hasta Corneille, o Guillén de Castro, o Corral Lafuente, o tantos otros, formamos una gran familia, la gran familia del Cid, unidos fuertemente, muy conectados, como se diría hoy, al personaje, y a través de él, y él a través de nosotros, en gran comunicación con los lectores, con el público que nos ha tocado en cada momento, nuestra sociedad.

Sería interesante hacer un estudio –es posible que lo haya- sobre cómo ha ido cambiando el Cid con el tiempo, cómo ha ido cambiando a través de las obras que se han escrito sobre él. Desde luego, y aquí hablo en primera persona, mi novela Cid Campeador guarda en común, creo yo, esas esencias míticas, legendarias y cidianas con el Cantar de mio Cid, pero como literatura, y como género literario, son muy diferentes.

Seguramente hay una diferencia ya muy inmediata, una influencia que yo veo que está muy presente en mí cuando escribo mis novelas, y que no estaba en el Cantar: el cine. Aunque el Cantar, al que le falta una parte al principio, empieza paradójicamente muy cinematográfico: “De sus ojos tan fuertemente llorando…”

El cine antes del cine. No en vano el cine es una narrativa como la literatura, y puede tener el componente de ficción o no tenerlo. Menéndez Pidal, que estimaba que en la poesía primitiva española había mucho de veracidad, y que estos poetas eran muy cronistas, consideraba que el Cantar de mio Cid tenía mucho de histórico. Y él lo conocía excelentemente. Es probable que el Cantar respetara una verdad original, tuviera un respeto a los hechos y utilizara procedimientos poéticos, artísticos, entre ellos también la ficción.

El autor del Cantar, que se estima que fue escrito muy próximo a los hechos que narra –el Cid murió en 1.099-, una obra en cualquier caso muy antigua, venerable, es muy moderno en algunos de sus procedimientos, por ejemplo a la hora de sintetizar en uno los dos destierros del Cid, para lograr, según Menéndez Pidal, mayor tensión dramática. Aquellos escritores, entre la juglaría y la literatura culta, eran narradores y sabían cómo lograr los efectos que buscaban, conocían a qué público se dirigían, etc. Eran profesionales a su manera, y de su época.

Pero ¿por qué el Cid ha atravesado todas las épocas? ¿Dónde reside el éxito del Cid para derrotar al tiempo? Quizá sea una pregunta muy ambiciosa y requiera una respuesta muy amplia y meditada, una respuesta que contenga muchas respuestas. El Cid, que ha tenido sus detractores –muy famoso el holandés Dozy, al que Menéndez Pidal quiso refutar en su España del Cid-, era un gran soldado, tuvo problemas con su rey Alfonso VI, fue desterrado dos veces, luchó al servicio de los moros para ganarse el pan, pero sin enfrentarse con su rey, y fue el único que supo parar a los almorávides, la gran amenaza de la época, de España y de Europa. Creo que la respuesta requiere todos estos datos, y algunos más, pero es muy importante el último. Además, el Cid toma Valencia y cuando le ofrecen ser rey renuncia a esta corona y reconoce como señor a Alfonso VI.







Eduardo Martínez Rico

Escritor y Dr. en Filología







Publicado en El Norte de Castilla el 27 de agosto de 2015.