Llegaron
a Valinor como una sombra que anulaba la propia materia de las cosas. Él, el
Enemigo, ella, la Tejedora de Tinieblas. Habían viajado por los pasos más
tortuosos de las montañas, desde Avathar, la Región de las Sombras, en el
profundo Sur. Él le prometió a ella que llenaría sus ansias de luz. Y ella le
prometió la venganza. Envueltos en un sudario de Vacío ascendieron por la
colina de Ezellohar, y su sombra fue alargándose y bifurcándose en pegotes de
Nada que crearon unas patas monstruosas, ensuciando las raíces de los dos
Árboles.
Melkor
deshonró los troncos con su negra lanza, penetrando hasta muy dentro, cubriendo
con tinieblas la luz de los valar. Ungoliant absorbía con ansia la savia
bendita, mientras envenenaba con sus uñas los corazones de los hermosos brotes
de Yavanna.
Y así murieron Telperion, el Árbol de Plata, y Laurelin
el Dorado, convertidos en seca piedra, degradados por la Nada de Ungoliant, la
maia pervertida en una inmensa araña que devoró su luz para siempre.
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