Él
era parte de los pensamientos del Único. Moraba solo en los inmensos salones
del Vacío, donde interpretaba la música de su padre que le había guiado como
parte de su mente. Allí, en la Nada, encontró a otros que ejecutaban las
diferentes consonancias que eran partes de su creador. Entonces, él, ellos, los
Sagrados, fueron inflamados por la Llama Impere-cedera, el espíritu creador de
Ilúvatar, el Único, para interpretar la armonía de la Gran Música que debía
colmar por completo el Vacío. Pero nada puede llenar el Todo infinito, que
también es Ilúvatar, porque sólo el creador conoce el principo, sus designios y
el fin de las cosas.
Pero él comenzó a añorar el pensamiento primero, y
fue en busca de los lugares que permanecían aún en el Vacío para interpretar y
componer su propia música y así engrandecer la parte del creador que era él
mismo. Buscó la propia llama de la creación, pero no pudo hallarla porque sólo
está destinada a quien la posee y está encarnada en el Único, y sólo su
pensamiento puede invocarla. Impaciente, moró solo y ciego en el Vacío, más
allá de los Palacios Intemporales, con los acordes que se perdían en la nada.
Así nació él, Melkor, El que se Alza en el Poder, en la soledad, en el reino
del Vacío, el que creó la disonancia en la Música de Ilúvatar y codició Arda,
el reino de los Primeros Nacidos y de los Seguidores. Incendió la joven tierra
con inmensas llamas de destrucción, deseando lo estéril antes que ver florer el
reino de los valar. Fue devuelto de nuevo al Vacío, pero regresó engrandecido
con un odio que no puede colmarse y con el poder de la codicia y la envidia,
proclamándose Rey del Mundo.
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