viernes, 11 de marzo de 2016

DON QUIJOTE, VIVO

Tribuna para El Norte de Castilla


La vitalidad de Don Quijote, personaje de ficción que ha traspasado las propias fronteras literarias para disfrutar una especial condición, la de ser vivo que permanece ya en una especie de eternidad, la vitalidad de Don Quijote, digo, se muestra muy bien en este año en que celebramos el cuarto centenario de su segunda parte. Estamos de enhorabuena, estamos en época cervantina, ya que el año que viene celebraremos el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, ese hombre que a veces da la impresión de que sacrificó una vida de penurias para alumbrar una de las más grandes obras de la literatura universal.
Pero lo que ahora me llama la atención de Don Quijote, al lado de los centenarios, que parece que tienen algo de inerte cuando lo que consiguen, a mi entender, es traer a la actualidad a un personaje, a un escritor, o una obra de arte… lo que me llama la atención es que Don Quijote ha estado vivo desde que Cervantes colgó su pluma y pidió que nadie más la levantara para que Don Quijote no volviera al camino, y por eso, al final de la obra, Cervantes “mata” a su personaje y lo deja en la cama, con los deseos, por cierto, de Sancho Panza, que le pide a su amo volver a las aventuras, pues Sancho se ha contagiado de la locura de su señor, locura lúcida, mientras que Don Quijote muere cuerdo. En toda la segunda parte funciona poderosamente la presencia del Quijote de Avellaneda, el Quijote apócrifo, la segunda parte falsa que apareció después de la primera parte de Cervantes para aprovecharse del gran éxito que ésta tuvo.
Sí, Don Quijote está vivo. ¿Y por qué lo está? Está vivo, en parte, porque todas las épocas lo han hecho suyo, para aceptarlo, enaltecerlo o rechazarlo, casi siempre enaltecerlo. Está vivo porque penetra precisamente en los seres de carne y hueso de todos los tiempos que lo leen y lo hacen suyo. Así fue un gran éxito de público cuando se estrenó, un best-seller que apenas dio dinero a Cervantes. Fue un éxito internacional. Llevaba en su semilla toda la literatura española de la época, la reciente y la pasada, y también de la universal, pues Cervantes era un grandísimo lector, y yo creo que esto es clave para entender su obra, para entender cómo pudo escribirla. Como suele ocurrir en los escritores, vida y literatura, están íntimamente relacionadas, hasta un punto en que son inseparables, en que los libros leídos, sobre todo algunos, forman parte de la propia vida. Es verdad que sólo conociendo, lo que se puede conocer –la vida de Cervantes está llena de lagunas-, la existencia de este personaje huidizo y fascinante que es Cervantes, así como lo que leyó –que se manifiesta claramente en su obra-, se entra en la complicidad de esta escritura.
Pero hay algo que me parece importante: ¿qué tiene que decirnos a la España de hoy, a la sociedad actual, Don Quijote? Vivimos un mundo difícil de entender si lo miramos desde dentro. A menudo pienso que este mundo es muy diferente al de mi infancia, y me gusta mucho menos. Creo que es un mundo más deshumanizado, donde la tecnología está por ver que sea más una ayuda que un perjuicio para muchos seres humanos, personas que pierden sus empleos con pocas esperanzas de lograr otros. Don Quijote, que al final de su vida reconoce que ha estado loco, realiza bellas empresas, aspira a hacer el bien, y sin embargo se le llama loco. El problema, más bien, no es lo que hace, sino por qué lo hace. Se cree un caballero andante, y los caballeros andantes eran los grandes héroes, o superhéroes, de la época. Es como si hoy alguien se enfundara las mallas de Superman, o Batman, o Spiderman, y aspirara a lograr sus hazañas. Lo loco no sería hacer lo que hacen ellos, básicamente luchar por el bien, sino creerse esos personajes de ficción, con las consecuentes escenas cómicas que eso entrañaría. Y los desastres. Eso es lo que le ocurre a Don Quijote. Pero el fondo, digamos, de sus acciones es bueno, irreprochable.
En este aspecto, creo yo, no ha cambiado mucho la sociedad española. Los enemigos de Don Quijote siguen siendo los mismos, porque en el fondo son abstracciones, ideas, ideas concretadas en personas y cosas, que tal vez son distintas a las de entonces pero que, a fin de cuentas, siguen siendo las mismas, porque funcionan igual.
El Quijote fue más allá de sí mismo pronto. Cervantes se propuso parodiar las novelas de caballerías, y lo consiguió. Pero mientras fue tejiendo su sátira entraron otros elementos en el telar. Por ejemplo, la España de la época, con sus características y personajes, con su problemática. Una España que había vivido la gloria de ser un Imperio, pero que ya estaba en decadencia. Cervantes, con su loco hidalgo y su sanchopancesco escudero habla de nosotros sin quererlo, habla del idealismo y del realismo de la nación española, y entabla un riquísimo diálogo a lo largo del camino, un diálogo formado sobre todo entre Don Quijote y Sancho pero al que van uniéndose muchos otros personajes. Cervantes sólo sabía de una cosa más que de literatura: de la vida. Y en el Quijote nos habla profundamente de la vida. Don Quijote está vivo porque se mueve en un ámbito, el propio libro, que es todo vida. Una vida de la que tal vez nos contagiamos nosotros al leerlo, al pensarlo, al llevarlo dentro. El Quijote está vivo también porque lo están sus lectores, de generación en generación.




Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología











Publicado en El Norte de Castilla el día 2 de junio de 2015.


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