NUESTROS
MONSTRUOS
Mi
mundo se había convertido en un monstruo de tres cabezas.
Una
no paraba de intimidarme,
La
otra me asfixiaba
Y
la tercera me engullía.
El
monstruo, por suerte, no me acechaba a diario,
Pero
cuando venía me aterraba,
Me
causa tanto pánico que dejaba de ser yo
Y
me convertía en un pelele a su merced.
El
monstruo me transformaba en un ser desvalido,
Vulnerable
y tristón.
No
paraba de sacar todas mis miserias,
Miedos
e incertidumbres
Y
se alimentaba de ellas,
con
ello crecía de continuo;
y
cada vez eran más frecuentes sus visitas.
Un
día encontré un hueco para esconderme del monstruo de tres cabezas,
Aquel
ser que había conseguido desbancar la sonrisa de mi alma
Y
me había hecho sentir pequeña y cobarde.
Hallé
un lugar para burlarlo,
un
espacio donde me sentía protegida.
Era
un sitio rectangular, mullido y acogedor: mi cama.
Mi
cama se convirtió en mi refugio,
En
mi muralla frente a la realidad.
Desde
ella todo se veía distinto,
No
existían los problemas;
El
monstruo de tres cabezas no podía alcanzarme.
Mi
cama era capaz de neutralizarlo,
De
omitirlo,
De
volatilizarlo.
Y
así, sin darme cuenta, terminé cambiando al monstruo
Que
me infundía tanto terror por un lugar cómodo
Que
día a día y en silencio se fue comiendo mi alma.
Y
cada vez constaba más salir de ella
Porque
mi cuerpo había empezado a pertenecerle.
El
monstruo se había desvanecido
Pero
yo me había quedado anclada en la pena
Y
la tristeza de no saber manejar mi vida.
Me
había convertido en una esclava,
Primero
de un terrorífico monstruo,
Después
de un espacio, en apariencia, apaciguador.
Hasta
que una mañana mi voluntad se sublevó y,
alzada
en armas, decidido plantarle cara al mundo,
a
la vida,
Al
monstruo de tres cabezas,
Al
lugar acogedor y confortable que parecía un buen remedio
y,
sin embargo, lo había empeorado todo.
No
puedo decir qué final tendrá esta historia,
Pues
todavía está por escribir.
Lo
que sí os puedo contar es que cada día,
Cada
mañana,
Me
levanto peleona y con ganas de ganar
A
cada monstruo, a cada fantasma, a cada penuria…
El
monstruo puede que gane alguna batalla,
Pero
jamás le dejaré vencer la guerra.
Nunca
volveré a darle la satisfacción de huir,
Ni
de confinarme en mi cama.
En
la mayoría de ocasiones la vida no es justa ni grata,
Pero
si hay que bailar con las desgracias,
Bailemos
esbozando una sonrisa,
no
derramando lágrimas.
Luchemos
ante las adversidades,
y
aunque no ganemos,
al
menos podremos sentirnos orgullosos
de
haberlo intentado.
Nadie
dijo que la vida fuera fácil ni sencilla,
Por
eso debemos pelear con uñas y dientes,
Para
no perder la sonrisa.
Ella
es la única arma capaz de enterrar
A
todos nuestros monstruos.
Eva
Zamora.