Tribuna para El Norte de Castilla
Empecé a interesarme por los mitos sobre todo a raíz de un libro que escribí sobre La guerra de las galaxias, películas a las que dediqué hace poco una tribuna. Bien, los mitos y los cuentos de hadas son el trasfondo de estas películas, llamadas “el mito renovado” por el gran mitólogo Joseph Campbell, y de muchas otras películas, de muchas otras historias. Posiblemente el mito sea la historia con mayúsculas, por antonomasia. Todo depende de la trascendencia que tenga, o que le demos a esa historia. Y es que “mito” significa “relato”, “cuento”, y su periplo por nuestro devenir, nuestro ser, lo que sabemos de nosotros mismos es muy grande, complejo, fascinante.
Carl Gustav Jung relacionó los mitos con lo que él llamaba “arquetipos”, presentes en todos nosotros, artífices del inconsciente colectivo. De estos arquetipos, palabra que etimológicamente procede de “fuente”, “origen”, manaban los mitos. Los mitos son el origen de todas las historias, de las reales y de las inventadas, de lo que somos y de lo que queremos ser. Gracias a los mitos –los mitos, según Campbell, o son “modelos” o no son nada- conseguimos realizar hazañas esplendorosas, fuera de nuestro alcance si no fuera por ellos. Relacionan nuestra vida interior y la exterior, y son una muestra de que la especie humana está mucho más unida de lo que a veces parece. El héroe de las mil caras, de Campbell, libro que cambió la vida a George Lucas, creador de La guerra de las galaxias y de muchas otras películas y producciones, ese libro muestra al lector cómo en muy diferentes partes del mundo, en muy diferentes culturas, el hombre utiliza patrones similares para responder a sus grandes incógnitas. Porque, como recuerda Jung, el hombre primitivo recurre a los mitos no para que le digan lo que ya sabe, sino lo que no sabe, y a menudo lo que le atemoriza, y lo hace en forma de relatos. Finalmente, el hombre primitivo, el hombre, crea mitos porque los necesita.
Lo curioso es que esos mitos pueden tener un origen real. Es decir, unos mitos alimentan a otros mitos, como de hecho ocurre, por ejemplo, con Alejandro Magno, gran admirador del héroe Aquiles –dormía, nos cuenta Borges, con la Ilíada y un puñal debajo de la almohada-, que inspirándose una y otra vez en él consigue superarlo y atravesar, él mismo, su propio proceso mitificador. Personajes reales pasan a la leyenda oral, o a la tradición escrita, o antes o después a la Historia –la Historia puede ser mitificadora… y es un “relato”-, y hoy al cine, por ejemplo, y a todos los modernos dispositivos que vamos creando.
El caso del Cid lo conozco un poco porque escribí una novela basada en él. Muchos niegan hoy su existencia real. Ramón Menéndez Pidal se esforzó por darle esa encarnadura histórica, La España del Cid, maravilloso libro. Pero el Cid vivió en los romances, en el Cantar de Mío Cid, y en esta obra fue utilizado por motivos políticos. Ya era raro que sobreviviera a la Historia porque lo normal es que ésta, en su tiempo, sólo se ocupara de los grandes personajes, prácticamente sólo de los reyes. El caso del Rey Arturo me recuerda al del Cid, aunque su historicidad parece mucho más difícil. Pero su mito flota y se elabora también en la literatura, como el de Alejandro en su tiempo. Ya tenemos hoy problemas, leyendo libros y artículos para saber cómo es un personaje real, contemporáneo, un personaje, digamos, destacado, imagínense ustedes cuando ha pasado un milenio, o varios, entre ellos y nosotros. El hombre se convierte en personaje, el personaje en héroe, de muy diferentes tipos, y el héroe en mito. Pienso que precisamente esas distancias temporales son las que aprovecha el mito para reforzarse, para afianzarse en torno a un personaje, una historia, un fenómeno, etc.
Una relación muy interesante, clave, es la que une al chamán con el mundo del mito. El chamán, en culturas primitivas, era el que tenía el don de contactar con los muertos, de sanar a los enfermos, de realizar conductas milagrosas. También de crear historias, historias que vienen de ese gran limo de la mitología, con la que conecta, para producir sus propios mitos, relatos que impactarán en los oyentes, que los visualizarán y que cambiarán su conducta. Robert Walter nos dice que un cuento bien hecho, pero un cuento normal, encanta, nos encanta, dice, pero no entra en lo más profundo de nosotros ni cambia nuestras conductas. El mito sí. Los mitos se mueven del mundo exterior al interior. Alimentan a los privilegiados que saben captarlo, privilegiados que a su vez elaboran con esta inspiración y su don, digamos, sus propios mitos, historias, relatos, modelos, que condicionarán a su vez a otras personas. Hoy esos chamanes recuerdan poderosamente a los escritores y artistas, especialmente diría a los escritores –una forma de artistas-, tal vez porque los conozco mucho mejor. Campbell, maravillosa frase, decía que el mito era el sueño despersonalizado, mientras que el sueño era el mito personalizado. Aquí vemos, perfectamente explicado y sintetizado, ese recorrido, comunicación permanente entre el mundo personal y el de toda una especie. Pues todas nuestras historias nos cuentan a nosotros mismos, lo que sabemos y lo que no sabemos, que los mitos desvelan o ayudan a saber. Los mitos también son acción, nuestra, porque animan a actuar, y me gusta visualizarlo.
Eduardo Martínez Rico
Escritor y periodista
Publicado en El Norte de Castilla el 20 de noviembre de 2014
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