Trato de recuperar unos días después el impacto y la emoción que supuso para mí la muerte de Carrie Fisher, la que para tantos de nosotros será, para siempre, la Princesa Leia. No es la primera vez que siento muy cercana, muy mía, la muerte de alguien que no he conocido personalmente, pero al que, por ejemplo, he leído mucho o he visto, como en este caso, tanto en la pantalla. Me pasó, por ejemplo, hace años con el escritor Camilo José Cela.
La princesa Leia está en mi vida, en la de muchos que crecimos con ella, desde que se estrenó La guerra de las galaxias, luego Episodio IV, prácticamente cuando nací, hasta ahora, hasta el Episodio VII que pudo rodar perfectamente, e incluso, por lo que leo, el Episodio VIII, que llegó a completar.
De Carrie Fisher sé mucho menos que de la princesa Leia. Sé que no tuvo suerte en muchos aspectos, con el alcohol y las drogas, pero que fue escritora de éxito, y mucho antes que eso sufrió también un drama familiar, hija de famosos y famosa ella misma.
Pero sé sobre todo lo que he visto en La guerra de las galaxias, en su magnífica interpretación de la Princesa Leia, en cómo a mi modo de ver supo dar vida a una mujer moderna, muy de hoy, una mujer fuerte, independiente, pero al mismo tiempo muy amiga de sus amigos, enamorada de Han Solo y entregada a una causa, no sólo política, que encarna como nadie.
Leia representa la República, los rebeldes en las películas, es princesa, fue senadora, también llega a ser general, "la general", como aparece en el Episodio VII. Es guapa, pero no demasiado -a mí no me parece excesivamente guapa-, pero es valiente y tiene un carácter indomable. Sólo ella se atreve a enfrentarse a Darth Vader, en muchas ocasiones, y esto ya lo vemos desde el principio del Episodio IV, la primera película que vimos de La guerra de las galaxias.
No pudo imaginar que esa película, y la saga que vendría después, sería tan importante en el mundo y para el mundo, y que la convertiría en un icono para tanta gente. Para mí, más allá de eso, es una amiga a lo largo del tiempo, alguien que sólo puede suscitarme los mejores recuerdos y sensaciones. Pienso que algún día morirán otros actores maravillosos de La guerra de las galaxias, como lo haremos todos, pero que la saga siempre permanecerá eterna en su propio espacio, en su propio universo, que no es otro que el de nuestros sueños. George Lucas quería hacer un cuento de hadas para una generación que estaba creciendo sin ellos. Lo consiguió. Un cuento de hadas universal.
Ella fue la princesa que se enamora del pirata formando una pareja perfecta, la mujer batalladora, un pilar indestructible sobre el que construir una nueva galaxia. Parece que ha muerto, pero no lo ha hecho. Igual que los escritores nunca mueren, tampoco lo hacen los actores, fundidos en sus personajes, ya vueltos eternidad, porque viven, como quería Lucas, en nuestros cuentos de hadas modernos, ciertas películas, y éstas muy en especial, que son como sueños que ponemos en común con toda la comunidad -eso era un mito para Joseph Campbell-, sueños que tal vez también nos sueñan a nosotros.
La princesa Leia no nos abandonará jamás, y Carrie Fisher, por supuesto, tampoco. Las dos ya son heroínas para todos nosotros, amigas en el tiempo y en el espacio. Ellas viven ya siempre en el illo tempore de los grandes relatos.
Eduardo Martínez Rico
HOMENAJE A LEIA
FRAGMENTOS DE "LA GUERRA DE LAS GALAXIAS. EL MITO RENOVADO"
CAPÍTULO "PERSONAJES DE UNA SAGA"
Eduardo Martínez Rico
La mujer en La guerra de las galaxias, y Padmé-Leia.
Estamos ante unas películas en cierto modo misóginas, y muchos han censurado esto a Lucas, pero si son misóginas sólo lo son cuantitativamente. Hay pocas mujeres con papeles relevante, bueno, en general podemos decir que hay pocas mujeres... muy pocas. Por supuesto el papel que desempeñan es fundamental.
Padmé es algo así como un cataclismo, en todos los sentidos, en la vida de Anakin; es la madre de Luke y Leia, y en buena medida gracias a ella tenemos segunda trilogía. Lo que me extraña es que, si Lucas tenía en mente al realizar la segunda trilogía la historia de la primera, no la hiciera aparecer más en esos episodios, su recuerdo, quiero decir. Todo está bien atado, pero en este caso, con respecto a Padmé, las ligaduras tienen mucho más que ver, todo que ver, con la primera trilogía.
Que ahora recuerde, sólo se habla de ella, en El retorno del Jedi, cuando Leia va al encuentro de Luke, por la noche, en el poblado ewok de Endor, para interesarse por él y preguntarle por qué está tan solo. Luke medita sobre lo que está ocurriendo, habla con su hermana; es una conversación muy importante y muy emocional: Luke le dice a Leia que Darth Vader es su padre, suyo, de Luke, pero también de ella... Al principio Leia le dice que no puede entender sus extraños poderes, como si el mundo en que se moviera Luke estuviera más allá de su capacidad, pero al final acaba reconociendo que siempre lo ha sabido.
“La Fuerza es muy intensa en mi familia; lo es en mi padre, lo es en mí, y lo es...” Luke le está sugiriendo que es su hermana, y Leia se da cuenta de ello muy rápido. Es un diálogo trascendental en la saga; como suele ocurrir en estas películas, hay pocas palabras pero de extraordinaria intensidad y profundidad. Pueden parecer superficiales pero eso sólo es un espejismo de su propia profundidad, y esto no se entendería en otros contextos, pero en las situaciones de La guerra de las galaxias está claro.
Lucas rodea siempre sus escenas de un halo misterioso, potenciado por lo que ha ocurrido antes y lo que ocurrirá después, mucho movimiento, tensión, batallas... tan fuerte que cuando vienen estas escenas de reposo, aunque escasas y breves, el espectador las hace suyas con facilidad. Las imágenes serenas en La guerra de las galaxias suelen conllevar las más graves revelaciones; la historia se mueve en gran parte en torno a estas revelaciones.
Luke y Leia, por la noche, en el poblado ewok. Tal vez sea la primera vez que les veamos juntos, solos, hablando con tanta seriedad; es un momento de alta comunicación e intimidad. Ahí, en esa ocasión, hablan de su madre; los dos saben pocas cosas de ella, pero Leia recuerda que era muy guapa, “pero triste...” Esto debe de ser algo que le han contado, porque como sabemos Padmé muere en el parto. Leia se emociona, su voz suena más suave y delicada que nunca... y es verdad que en el Episodio III el rostro de Padmé siempre es triste, tenso, lleno de agobio. Es el reflejo de Anakin, del camino que está realizando, y además es el espejo de la situación política que vive.
Esa frase sublime, que llegará más tarde, cuando el Canciller declara el Primer Imperio Galáctico, y a los Jedis perseguidos..., y todos en el senado aplauden; Padmé exclama, con una cara que lo dice todo, con una seriedad y una impotencia que aquí se cubren de majestad y autoridad: “Así muere la libertad, con un estruendoso aplauso.”
Una comunicación maravillosa
Ya hemos señalado muchas veces las virtudes narrativas de Lucas, y en esas virtudes entra todo: lo puramente cinematográfico, el sonido, los efectos especiales, la forma de elegir y disponer el material narrativo, el uso de las palabras, la selección de las palabras mismas, el diseño de los personajes...
Uno de esos aciertos, pensamos ahora, ante este diálogo entre Luke y Leia que adquiere pleno sentido a la luz de la primera trilogía, es esto precisamente: cuando vemos la segunda trilogía, la primera se revaloriza; cuando vemos la primera, la segunda se revaloriza a su vez. Están separadas por más de veinte años, la tecnología es distinta, los actores también, incluso la forma que tiene Lucas de resolver muchos problemas... pero hay una comunicación maravillosa entre las dos, la una remite a la otra, y no hay un orden específico en esa comunicación; todo se convierte en una sinfonía en la que todos los instrumentos se responden a sí mismos. El placer es grande cuando vamos avanzando por esta historia, y cuando la hemos visto entera, cuando atamos todos los cabos que están sueltos, que son muchos, unos más importantes que otros.
Y todo esto incluye también sus defectos, porque los defectos también son importantes, también colaboran.
En oposición a como opera la Naturaleza
Leia y Padmé se parecen mucho... se parecen tanto que está claro que Lucas ha querido construir el personaje de la madre a partir del de la hija. Es la manera más convincente, y quizá la única, de diseñar ese personaje y que resulte verosímil, pero hay que hacerlo bien, y Lucas lo ha hecho muy bien. Lo curioso es que nuestro creador ha operado de la manera inversa a como opera la Naturaleza: el hijo se hace a partir del padre y de la madre.
Algo parecido se podría decir de Anakin y Luke, aunque tal vez de forma no tan marcada; en algunas actuaciones de Leia, en algunos gestos, en la propia misión que tiene dentro de la Alianza, en muchas cosas... vemos después –que es “antes”- a Padmé. Lucas ha creado a la madre a partir de la hija.
Las dos son hermosas, no en vano soportan todo el elemento erótico de la saga. Padmé posee en el Episodio I una belleza adolescente muy fuerte, y esa belleza estalla en mujer en el Episodio II, el episodio romántico de la saga: “Es la primera película romántica de mi carrera”, dirá Lucas, aunque ya hemos visto que toda la serie puede calificarse, a su modo, de gran película romántica.
En el Episodio III, que es el más trágico de todos, el más hondo en muchos aspectos, la belleza de Padmé se vuelve sombría, como se hace sombrío el rostro y el carácter de Anakin, cada vez más, pero antes de esto hemos atravesado un largo proceso. Si Leia aparece medio desnuda al principio de El retorno del Jedi, prisionera de Jaba el Hutt, con un biquini dorado y metálico de reminiscencias orientales, Padmé, en el Episodio II llevará unos pantalones ceñidos a las caderas, y un jersey también ajustado que dejará ver su vientre, marcando exageradamente los pechos. Esto ha sido muy criticado, pero yo creo que esas críticas son infundadas; son mujeres, son heroínas, y son bellezas. Lucas no escoge a Natalie Portman y a Carrie Fisher así por así, las elige por muchas razones, entre ellas por ser hermosas, de una hermosura muy determinada.
Son bellezas suaves, pero su marcada personalidad las puede mostrar terribles si es preciso. Cuando el director cree que hay que acentuar esa belleza lo hace, y las escenas en que lo hace no están sujetas al azar. En este aspecto Padmé y Leia nos recuerdan a las heroínas de los cómics, heroínas por ellas mismas, no meras comparsas de los hombres.
Seguramente en todo esto pensaba el poeta y filólogo Luis Alberto de Cuenca (2001, 189) cuando escribió su emocionante homenaje a Leia:
Si sólo fuera porque a todas horas
Tu cerebro se funde con el mío;
Si sólo fuera porque mi vacío
Lo llenas con tus naves invasoras.
Si sólo fuera porque me enamoras
A golpe de sonámbulo extravío;
Si sólo fuera porque en ti confío,
Princesa de galácticas auroras.
Si sólo fuera porque tú me quieres
Y yo te quiero a ti, y en nada creo
Que no sea el amor con que me hieres...
Pero es que hay, además, esa mirada
Con que premian tus ojos mi deseo,
Y tu cuerpo de reina esclavizada.
La acción, la política, la diplomacia
Sí, mujeres guapas, eróticas, pero además son mujeres de acción, ambas, mujeres luchadoras... y políticas. Se les ve empuñar armas en todas las películas, y son mujeres inteligentes, valiosas, fiables; han dedicado su vida a una causa, una causa que ellas entienden que está por encima de cualquier cosa o cualquier ser.
El amor, esa otra gran aventura, se les cruza en su camino mientras están desempañando esa misión más amplia, aunque al final ya no se sabe qué es más importante, por lo menos en el caso de Padmé. Esos dos grandes bloques que continuamente se cruzan en La guerra de las galaxias, lo general y lo particular, lo político y lo íntimo, por citar algunos de sus nombres, muchas veces intercambian su preponderancia, luchan unos contra otros, y uno de ellos acaba condicionando al otro.
Toda una República galáctica verá cómo se resienten sus cimientos hasta caer por el amor entre un hombre y una mujer, Anakin y Padmé, dos personajes míticos, una Reina que luego será senadora -el sistema electivo y el reinado durante unos años rigen en Naboo-, y un caballero Jedi, una especie de guerrero místico que debería estar al margen de la mayoría de las pasiones de los hombres. Un hombre y una mujer.
Si algo enseña La guerra de las galaxias, y la Historia lo corrobora, con todo el poder y la influencia de la colectividad -en la saga también hay grandes esfuerzos colectivos-, es que un solo hombre, una mujer, o la unión de ambos, puede producir cambios sociales, políticos, económicos, religiosos... de incalculables consecuencias. Ciertas personas son cabezas de multitudes, movimientos globales, revoluciones.
Además estas mujeres, Padmé y Leia, están volcadas en lo social y lo político. Su destino es la lucha, el pueblo y el amor, y todo ello acaba fusionado, confundido y al final dilucidado; les encomiendan misiones importantes de orden diplomático. Leia realizará en la segunda trilogía funciones muy parecidas a las que realiza Padmé en la primera. Y son mujeres de carácter, un carácter que a menudo lo muestran con los hombres de los que se enamoran: Padmé con Anakin, a quien responde y arrebata su autoridad en el Episodio II, y Leia con Han Solo, un “pirata” que se convertirá en héroe, en la segunda trilogía. Durante algún tiempo las dos mantienen una especie de relación amor-odio con sus futuros novios o maridos.
El carácter de Leia, su fortaleza, se ve sobre todo en la manera que tiene de enfrentarse a Darth Vader; no siente hacia él ningún temor, o lo disimula muy bien, le mira a los ojos, le responde con valor y le pide explicaciones cuando asalta su nave diplomática en el Episodio IV: “Darth Vader, sólo tú podrías atreverte a asaltar una nave en misión diplomática.” También encara duramente al gobernador de la Estrella de la Muerte, Tarkin, en ese mismo episodio. En Padmé su planeta Naboo confía ciegamente y la hace, como ya sabemos, primero Reina y después senadora en Coruscant, al igual que Leia representará dicho cargo en la segunda trilogía.
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