Tribuna para El Norte de Castilla
No quiero hacer un artículo lleno de nombres y de fechas. Llevo tratando muchos años al Cid, desde niño; he escrito una novela sobre él y muchos artículos, y ahora encuentro que es como si escribiera sobre el personaje por primera vez. Apenas sé por dónde empezar.
Me acuerdo de que cuando lo leí tanto y escribí tanto sobre él, me llevé la sorpresa de que no era tan conocido como era de esperar. Me acuerdo de que hablé con José Luis Olaizola, autor de varias obras sobre el Cid, y los dos habíamos llegado a la misma conclusión: los españoles no conocían al Cid. Está considerado nuestro héroe nacional, pero mi experiencia es que se conocen dos o tres anécdotas del personaje, que suelen ser falsas, o legendarias, y casi no se conoce nada más.
Lo cierto es que el Cantar de mio Cid es una obra muy difícil de leer. Celebrada por los críticos como una obra maestra, la primera obra maestra de nuestra literatura, o al menos un libro fundacional. Creo que los lectores españoles se han ido acercando al personaje gracias a la película de Anthony Mann sobre el Cid, con Charlton Heston y Sofía Loren, magnífica en mi opinión, y a otras películas o series de televisión, como Ruy, pequeño Cid, que fue clave para que yo entrara en contacto con el personaje.
Aparte de esto, sí se ha escrito mucho sobre el Cid. Digamos que la esencia mítica y legendaria está en esas obras, o en la mayoría de ellas, los elementos cidianos. Es decir, se puede conocer el Cid a través de muchos caminos, y esto es maravilloso.
Desde los poemas de Manuel y Antonio Machado, Anillos para una dama de Antonio Gala, El Cid, el último héroe, por ejemplo, de Olaizola, romances… El Cid, desde que cabalgó en el siglo XI ha vivido y vive en la literatura. Eso sí, yo recomiendo al que le apetezca embarcarse de verdad en la aventura del Cid que lea La España del Cid, de Menéndez Pidal, una obra histórica y filológica, pero tan apasionante como la mejor novela. Ahí está el Cid, su peripecia, la propia aventura de Menéndez Pidal y, si usted es aficionado al Cid, también su propia aventura. Así fue la mía cuando leí ese portentoso libro, y así ha sido cuando lo he revisado para escribir este artículo.
Me da la impresión de que los autores que hemos estudiado, cantado o fabulado sobre el Cid, desde el escritor, o escritores, del Cantar, hasta Corneille, o Guillén de Castro, o Corral Lafuente, o tantos otros, formamos una gran familia, la gran familia del Cid, unidos fuertemente, muy conectados, como se diría hoy, al personaje, y a través de él, y él a través de nosotros, en gran comunicación con los lectores, con el público que nos ha tocado en cada momento, nuestra sociedad.
Sería interesante hacer un estudio –es posible que lo haya- sobre cómo ha ido cambiando el Cid con el tiempo, cómo ha ido cambiando a través de las obras que se han escrito sobre él. Desde luego, y aquí hablo en primera persona, mi novela Cid Campeador guarda en común, creo yo, esas esencias míticas, legendarias y cidianas con el Cantar de mio Cid, pero como literatura, y como género literario, son muy diferentes.
Seguramente hay una diferencia ya muy inmediata, una influencia que yo veo que está muy presente en mí cuando escribo mis novelas, y que no estaba en el Cantar: el cine. Aunque el Cantar, al que le falta una parte al principio, empieza paradójicamente muy cinematográfico: “De sus ojos tan fuertemente llorando…”
El cine antes del cine. No en vano el cine es una narrativa como la literatura, y puede tener el componente de ficción o no tenerlo. Menéndez Pidal, que estimaba que en la poesía primitiva española había mucho de veracidad, y que estos poetas eran muy cronistas, consideraba que el Cantar de mio Cid tenía mucho de histórico. Y él lo conocía excelentemente. Es probable que el Cantar respetara una verdad original, tuviera un respeto a los hechos y utilizara procedimientos poéticos, artísticos, entre ellos también la ficción.
El autor del Cantar, que se estima que fue escrito muy próximo a los hechos que narra –el Cid murió en 1.099-, una obra en cualquier caso muy antigua, venerable, es muy moderno en algunos de sus procedimientos, por ejemplo a la hora de sintetizar en uno los dos destierros del Cid, para lograr, según Menéndez Pidal, mayor tensión dramática. Aquellos escritores, entre la juglaría y la literatura culta, eran narradores y sabían cómo lograr los efectos que buscaban, conocían a qué público se dirigían, etc. Eran profesionales a su manera, y de su época.
Pero ¿por qué el Cid ha atravesado todas las épocas? ¿Dónde reside el éxito del Cid para derrotar al tiempo? Quizá sea una pregunta muy ambiciosa y requiera una respuesta muy amplia y meditada, una respuesta que contenga muchas respuestas. El Cid, que ha tenido sus detractores –muy famoso el holandés Dozy, al que Menéndez Pidal quiso refutar en su España del Cid-, era un gran soldado, tuvo problemas con su rey Alfonso VI, fue desterrado dos veces, luchó al servicio de los moros para ganarse el pan, pero sin enfrentarse con su rey, y fue el único que supo parar a los almorávides, la gran amenaza de la época, de España y de Europa. Creo que la respuesta requiere todos estos datos, y algunos más, pero es muy importante el último. Además, el Cid toma Valencia y cuando le ofrecen ser rey renuncia a esta corona y reconoce como señor a Alfonso VI.
Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología
Publicado en El Norte de Castilla el 27 de agosto de 2015.
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