A Luis Alberto de Cuenca
Te estás afeitando
después de la aventura.
Tienes magulladuras
por todo el cuerpo,
incluso has perdido
muchos cabellos
de los golpes.
El último amor
te ha dejado una estela
de fuego
en el estómago.
El Grial, el Arca,
las Calaveras de Cristal…
qué más da.
Todo pasa
y deja su agujero.
Te quitas la espuma
de afeitar de la cara
y sueñas
con una esposa,
un coche familiar
y otro perro Indiana.
Abres los ojos
y despiertas:
“No”.
Vas al salón
en albornoz
y lees a Homero
y Aristóteles.
Vuelves a soñar:
con un avión,
la cazadora de cuero,
el látigo y el sombrero,
la mujer
de la aventura.
Ya no eres joven,
pero qué feliz eres.
Eduardo Martínez Rico
después de la aventura.
Tienes magulladuras
por todo el cuerpo,
incluso has perdido
muchos cabellos
de los golpes.
El último amor
te ha dejado una estela
de fuego
en el estómago.
El Grial, el Arca,
las Calaveras de Cristal…
qué más da.
Todo pasa
y deja su agujero.
Te quitas la espuma
de afeitar de la cara
y sueñas
con una esposa,
un coche familiar
y otro perro Indiana.
Abres los ojos
y despiertas:
“No”.
Vas al salón
en albornoz
y lees a Homero
y Aristóteles.
Vuelves a soñar:
con un avión,
la cazadora de cuero,
el látigo y el sombrero,
la mujer
de la aventura.
Ya no eres joven,
pero qué feliz eres.
Eduardo Martínez Rico
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