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martes, 4 de septiembre de 2012

Diario de viaje, Villalón de Campos


Mercado Retro de los Setenta.
 
Villalón de Campos (Valladolid).
 
Sábado 18 - domingo 19 de agosto del 2012.



Esta vez mis pasos me llevaron a Valladolid. Tomé el autobús de las 8 de la mañana del viernes 17. En Valladolid tuve que esperar varias horas por el transporte a Villalón. Llegué al pueblo a primera hora de la tarde. Lo primero era encontrar alojamiento. En el bar de la estación me indicaron de un albergue de peregrinos que podrían acogerme.

Fue una grata sorpresa, y me ayudó mucho en el viaje. El lugar lo regentaba una hospitalaria abuela amable y cariñosa que estuvo encantada de que alguien le hiciera compañía. A lo largo de la tarde llegaron otros peregrinos, y la mujer se desvivió por nosotros. María Victoria era su nombre. Y quisiera darle las gracias. Encontrar a personas amables en los viajes me da siempre energía, y apaga los miedos que siempre surgen al principio.

Esa misma noche compartimos una buena cena: pasta con salsa de tomate especial (y picante) que preparó un peregrino canadiense, y un cuenco de lentejas de la hospitalaria M.ª Victoria. En aquel momento sentí la euforia y el cariño que demostraban los seis o siete peregrinos, entre ellos una de Colmenar Viejo, que reían en la cena. Me había unido a la confraternidad. Este verano ha sido un auténtico peregrinaje, sin duda.

El mercado se había montado frente al ayuntamiento del pueblo. Esta vez íbamos a tener una casita fabricada con techo de paja y tablas de palés. Y además tendría tres mostradores para exponer bien todos nuestros libros. Los mostradores abatibles estaban un poco inclinados hacia delante, por lo que tuve que echar mano de la navaja suiza para acortar la cadena que los sujetaba. Llevé las cajas a la cabaña-stand con un carrito que nos dejaron amablemente en un supermercado del lugar. Y poco más podía hacer, pues no podía colocar ningún libro. Las estanterías del fondo eran un lujo para otras ferias. Cuando acabé, miré al cielo. El sol demostraba su señoría sobre toda la plaza. Me acordé de Siete Aguas, donde daba todo el día. Allí, en Villalón, iba a poder aprovechar la mañana y las últimas horas de la tarde. Veríamos...

El sábado 18 me levanté temprano para comprar pan del día. Un buen desayuno es muy importante para aguantar de pie la jornada de venta. La mañana fue excepcional. Además, encontré el libro perfecto para esa feria: Una vida en Sudáfrica, de Carlota de Miguel. Como la autora había viajado al país africano en la década de los setenta, el tema les hizo gracia a las señoras del lugar (no olvidemos que el evento era lo retro de los setenta) y me inflé a vender libros. Más de veinte casas del lugar tienen ahora un ejemplar de las hazañas vividas por la autora aquel país. Esto va en homenaje a Carlota de Miguel, que nos ayudó en la edición del libro, y de su continuación: La vida no es en vano. ¡Por una mujer sincera y valiente!

El mercado se amenizaba con música de la década en cuestión, y había figurantes como una mujer sobre zancos (que también dormía en mi albergue), y el D. J. Don Hueso se paseaba con un auténtico troncomóvil.

Los Aiga, Chrisler, Mercury, setenteros estaban expuestos frente a las puertas de la Casa Consistorial; había fiestas por la noche en una discoteca mítica del lugar: Makry Club, y los estampados vivos y pantalones de campana reinaban en el lugar.

El libro más vendido de nuestra colección fantástica fue El coleccionista de sellos, de César Mallorquí. Tener dos premios, las reseñas en prensa, la temática policiaca y, sobre todo, el precio tan baratito ha interesado de nuevo a los lectores. El segundo puesto se reparte entre tres títulos: Islas en el cielo (las aventuras y el viaje al centro de la tierra fascinan a los lectores) de Pedro Pablo García May, El Jardín de la Duermevela (las leyendas siempre tiran y, además había muchos turistas del norte) de Sergio M. Glegg y El ocaso de los ángeles (sorpresa, al ser un libro tan friki) de Vael Zanón.

La colección Grandes Maestros del Crimen también tuvo su repunte. Lo policiano tira.

Los compañeros feriantes se quejaron de la venta. Para mí, si hubiera sido un poquito mejor habría sido más adecuado el esfuerzo empleado. No pude vender más. Siempre hay que dar las gracias por lo conseguido que no tenías ayer. Los compañeros decían que quien se acercaba a la caseta se llevaba un libro. Me gusta contar a los clientes lo que hacemos. Y me gusta vender.

Villalón fue una buena feria. Hemos conseguido lo más importante: que unas cuantas personas más conozcan nuestros libros.

Vuestra fuerzas es la nuestra.

Alberto Santos.


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