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martes, 4 de enero de 2022

UNA BROMA MACABRA


 

Una broma macabra



Oía en la radio las noticias sobre la búsqueda de la joven desaparecida en el barrio mientras que, con semblante aún somnoliento, tomaba la primera taza de café. No era un acto privado, pues se sabía observado por el reciente vecino de enfrente que, tras el visillo de la ventana de la planta alta, seguía a diario, con paciente fidelidad, todos sus movimientos.

Le molestaba la inquisitiva vigilancia de aquel hombre extraño con el que apenas había cruzado algún escueto saludo a través del seto del jardín. Por eso, mientras se terminaba la taza de café, gestó la broma que, según su parecer, acabaría con aquella permanente acechanza.

Hacia la media noche se echó al jardín armado de una pala y, junto al tronco del árbol, se puso a cavar una fosa. Ni que decir tiene que cada una de las paladas era seguida desde arriba por la atenta mirada del hombre. Cuando consideró que había alcanzado la suficiente profundidad dejó su labor y se adentró en la casa limpiándose el sudor, mientras de soslayo y amparado por la oscuridad se cercioraba de que la vigilancia aún permanecía. En el interior envolvió una almohada en una manta y se la cargó al hombro como si soportara un gran peso. Así salió al jardín y arrojó el bulto a la fosa; la cubrió de tierra y la disimuló luego con unas hojas secas.

A la mañana siguiente aún estaba en la cama cuando llamaron a la puerta. Era, tal como había previsto, la policía. Él los acompañó al jardín y, al mirar para arriba, no pudo disimular una sonrisa mientras los agentes se afanaban por descubrir la fosa. Sin embargo, concluyó mudando su gesto en una mueca de estupor cuando, del fondo del hoyo, vio como sacaban, envuelta en la manta, el cuerpo sin vida de la joven desaparecida.


Cuentos urgentes para un tiempo lento

José-Reyes Fernández


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