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domingo, 14 de febrero de 2016

VIAJAR CON CERVANTES



Viaje a Alcalá de Henares, un viaje a otra dimensión para el amante de la literatura, el lector de Cervantes, el escritor o estudioso de nuestros clásicos y nuestra Historia. De todo es un poco el que esto escribe, mezcla de viajero, escritor, periodista y filólogo. Persona que lee y siente, que viaja y razona, escribe y comparte.
Cuando viajamos nuestros conocimientos se iluminan. Aprendemos de todo, de los edificios, de las gentes, de los monumentos, de los libros que llevamos en la mochila. En este caso yo llevé el Quijote y la biografía de Cervantes obra de Jean Cannavagio (Espasa-Calpe), que me recomendó en su día mi profesor de “Cervantes y su tiempo” en la Universidad Complutense Manuel Fernández Nieto.
En mi experiencia, los viajes dejan honda huella. Me gusta prepararlos, leer libros, buscar en Internet, cuidar de cómo llegar, qué ver antes de verlo para disfrutarlo todo mejor. Un tiempo hice artículos de viajes por pueblos de España y eso imprime carácter. Lo hice para publicarlos y para documentarme para mi novela Cid Campeador.
Este año es el centenario de Cervantes, el cuarto centenario de su muerte, 1616-2016. Merece la pena coger la mochila, el coche, o el tren, tal vez el autobús, y visitar Alcalá de Henares, la ciudad natal de nuestro gran autor, de nuestro compañero de vida, pues no otra cosa es Cervantes, un escritor que nos acompaña desde las ediciones escolares, desde los cómics, hasta los libros de Bachillerato o de la carrera. Todo esto lo he vivido yo.
Pero Alcalá de Henares, con la inquietud cervantina en el alma y en la mente, es una ciudad verdaderamente atractiva. Allí hay una muy interesante reconstrucción de la casa del escritor, grande, con su pozo en el patio y los muebles de época (me recordó a la espléndida casa de Lope de Vega en Madrid). Pero todo en Alcalá recuerda a Cervantes, desde la maravillosa Plaza de Cervantes, larga y ancha, con su estatua del escritor, una estatua que seguramente sorprendería al mismo Cervantes en su ciudad natal, más que nada porque no fue todo gloria lo que obtuvo, sino una vida muy baqueteada, una vida tal vez ideal para escribir lo que escribió, con sus “cosechas de experiencia”, en palabras de Juan Luis Alborg, el gran historiador de nuestra literatura.
Todo recuerda en Alcalá a nuestro querido escritor, también las calles del casco histórico, cuidado, yo diría que mimado, y con gran sabor de época, de aquélla, o aquellas pasadas, y de la nuestra, con la gente de hoy, amable y acogedora, seguramente muy habituada a la convivencia con su vecino ilustre, sabio y atemporal, y las visitas que continuamente recibe. El autor de este artículo se considera uno más de tan larga lista, aunque secretamente piensa que pocos, en cuanto a pasión literaria, le igualarían y eso le hace ser ligeramente distinto, con la pluma en la mano como muestra al escritor la estatua de su  gran Plaza.
A veces pienso cómo debió de vivir Cervantes, cómo debió de escribir. Dicen que pudo concebir el Quijote en una cárcel, tal vez en la de Sevilla. Efectivamente su vida fue agitada: soldado en Italia, combatiente en Lepanto y en otras campañas, preso en Argel, alcabalero –recaudador de impuestos- en España.  Quiere emigrar a América, pero el rey Felipe II no se lo permite. A menudo pienso que Cervantes debió de escribir rápido, muy rápido, casi frenéticamente, pues no debió de tener mucho tiempo ni tranquilidad para pulir sus obras. Eso me parece ver, por ejemplo, en el Quijote. Y tal vez esto haga su obra tan legible, tan dinámica, con una escritura tan a la llana, “porque toda afectación es mala”, le diría Don Quijote a Sancho.
Sí, en ocasiones me pregunto sobre estos temas, y dejo volar la imaginación. Pero nuestro viaje no acaba en Alcalá de Henares, principio de la vida de nuestro insigne literato, y por qué no principio de otros viajes, aunque sea para recuperarlos en el recuerdo. Ahora que lo pienso también visitar la preciosa Valladolid, sede principal de este periódico, y Madrid, ambos lugares donde Cervantes vivió, acompañando a la corte, nos puede ser útil para viajar nosotros a su época, y en ese trayecto vivir con más intensidad nuestro tiempo. Porque una de las propiedades que tiene la literatura, la clásica y la actual, es la de hacernos vivir con más intensidad, nuestro momento, esta hora, y con ella aprovecharla profundamente.
Pero por supuesto nuestro viaje no es sólo físico, también lo es intelectual, espiritual. Hay que leer las obras cervantinas, leer de aquí y de allí, del Quijote y de las Novelas ejemplares, leer un entremés, por ejemplo, o la trágica Numancia, leer de él y sobre él, pues ha inspirado maravillosos estudios y biografías, y leer sobre su vida: la vida de Cervantes es tan interesante como la mejor de sus obras, y sé que es decir mucho. Yo leí con fruición, y la tengo cerca de mí, la ya citada de Jean Canavaggio. Nuestras vidas son también obras, las más complejas, profundas y personales, cómo no, que el escritor, el ser humano en general, puede crear.  Tal vez ahora que lo pienso, y aunque haya grandes escritores que tienen una vida en principio anodina, tal vez ésta sea la clave de la fabulosa calidad del Quijote y de otras obras de Cervantes. La riqueza de su vida, que unida a una gran cultura y a una prodigiosa facilidad de escritura, dan una obra difícil de igualar.




Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología











Publicado en El Norte de Castilla el 11 de febrero de 2016.

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