Tribuna para El Norte de Castilla
El éxito de la saga de La guerra de las galaxias ha sido tan grande que casi parece que la palabra “éxito” se le queda pequeña. Es más bien un fenómeno difícil de definir o limitar pues afecta a todo el mundo, seguramente a millones de personas. Yo soy una más de ellas, con la diferencia, quizá, de que las he estudiado con cuidado, y con mucho placer, durante años. Pero reconozco que hay mucha gente que sabe de La guerra de las galaxias, por esa misma razón, porque es grande el placer que reciben de ella, y porque de algún modo la consideran importante en sus vidas. Pero ¿qué hay detrás de La guerra de las galaxias?, ¿qué hace diferentes a estas películas?
Yo creo que una de las claves está en su concepción, en cómo George Lucas las creó, con mucho esfuerzo, un lápiz y un bloc de hojas de papel, documentándose durante horas por las tardes, estudiando sobre mitos, cuentos de hadas, historias de ciencia-ficción, y escribiendo por las mañanas lo que había asimilado en esas lecturas.
Lucas declaró que se había dado cuenta de que los niños estaban creciendo sin cuentos de hadas, y decidió hacer su propio cuento de hadas, su propio mito. Ahí puso todo su talento, su inteligencia, toda la documentación lograda en esas sesiones maratonianas y el interés y la curiosidad que le habían llevado, hacía años, a estudiar escritura creativa, interesarse por materias del tipo de la Antropología o la Mitología, o matricularse finalmente en la Universidad de Cine de California.
Al principio, en esas sesiones de escritura de varias horas, Lucas lo hizo conscientemente, buscando contar la historia que quería contar, pero se dio cuenta de que no funcionaba; entonces probó a hacerlo de una forma próxima a la escritura automática, es decir, dejando que todo lo que había leído sobre las materias que tanto le interesaban formara por sí mismo esa historia. Acertó.
Y así estas películas se ven a un nivel onírico, como si fueran un sueño. Ya Irvin Kershner, el magnífico director del Episodio V, El Imperio contraataca, para muchos el mejor de la serie, dijo que La guerra de las galaxias funcionaba a ese nivel onírico, precisamente el nivel de los sueños, y así explicaba su éxito.
No en vano es un mito, “el mito renovado”, como dijo el mitólogo Joseph Campbell cuando vio el Episodio IV, la primera película rodada, en el Rancho Skywalker, y el mito, según este sabio, es el sueño despersonalizado, mientras que el sueño es el mito personalizado. Vemos pues La guerra de las galaxias como un sueño compartido, como algo que seguramente conecta con el inconsciente colectivo, con los arquetipos o fuentes de las que manan todas las historias; no olvidemos que “mito” significa “historia”, “narración”.
Lucas, trabajando en los materiales de hoy y de siempre y dejando hablar a su propio subconsciente, había conectado con el mito, con ese sueño despersonalizado, con un cuento de hadas que está contado en el pasado “Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana”, una renovación del “Érase una vez…” propio de esos cuentos, y que en realidad tiene lugar en un tiempo indeterminado, prestigioso, muy propicio a los grandes héroes y a los grandes hechos. Quizá también La guerra de las galaxias nos afecte tanto, nos agrade tanto, porque vivimos en un mundo lleno de avances tecnológicos pero muy poco dado a heroísmos, por lo menos como los que poblaban las historias del pasado.
Estas películas precisamente logran el difícil cruce de lo tradicional y lo tecnológico, lo antiguo y lo moderno, como se ve en la propia configuración de los personajes –Han Solo, vaquero del espacio, Jedis, revitalización de los samuráis… por ejemplo-, o en los planetas, las naves, los paisajes, como una constante de estas películas. Lucas mezcla una modernísima ciencia-ficción, plena de efectos especiales que en su momento fueron muy impactantes, con materiales narrativos que venían prácticamente de ese illo tempore, “aquel tiempo” mágico, de las grandes historias míticas.
En realidad, lo que parece que había conseguido George Lucas era una historia de historias, una historia con los elementos arquetípicos de todas las historias, un relato que, por ejemplo, contaba la “aventura del héroe”, que tan bien explicó Campbell en El héroe de las mil caras, cómo alguien recibía la llamada de la aventura y se enfrentaba a un número determinado de pruebas, era ayudado por unos personajes mientras que otros le obstaculizaban su acción, hasta que se hacía con un objeto mágico, que podía ser simbólico, como la sabiduría o un conocimiento especial, y regresaba a su tierra para hacer partícipe de su hallazgo o logro a toda la comunidad.
El primer episodio que vimos, La guerra de las galaxias. Episodio IV. Una nueva esperanza, se estrenó en 1977. Yo nací en 1976. A muchos estas películas nos han acompañado toda la vida, entre la diversión, la pasión o la intriga. Ahora estamos ante el Episodio VII, El despertar de la Fuerza. En unos momentos La guerra de las galaxias nos ha dicho unas cosas y en otros otras. Ha crecido con muchos de nosotros. Yo escribí mi libro El mito renovado profundizando en una serie de intuiciones que habían tenido lugar a lo largo de muchos años. ¿Por qué podíamos ver estas películas una y otra vez sin cansarnos? La respuesta está en ellas y en nosotros mismos, en nuestra historia y en nuestra cultura.
Eduardo Martínez Rico
Escritor y Doctor en Filología
Publicado en El Norte de Castilla el 18-XII-2015