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viernes, 27 de marzo de 2015

FABULANDO LA HISTORIA




         Quizá  sea la novela histórica el género literario más popular que existe hoy. Actualmente sólo, por lo que parece, la novela negra le hace sombra en cuanto a número de lectores y pasiones desatadas, y se da bastante la mezcla entre ambos géneros, como ya se produjo en la famosísima El nombre de la rosa.
         ¿Por qué gusta tanto la novela histórica? Durante algún tiempo yo encontraba una respuesta muy clara a esta pregunta, aunque no tiene por qué ser la correcta. A los lectores nos gusta mucho el pasado, la Historia, nos apasiona, sí, pero los libros de Historia son muy difíciles de leer, en general, y por otra parte en ellos la Historia no tiene el volumen de vida, acciones y diálogos, por ejemplo, que sí puede tener una novela histórica. Efectivamente, en los libros de Historia está el pasado, muy detallado, minuciosamente estudiado, pero la vida se encuentra mucho más en la novela histórica, y gracias a que ésta fabula, sobre el pasado, se halla con tanta fuerza la vida. Una vida que es cruce de lo que alguna vez fue presente y la invención de sus autores, pues sólo para levantar a esos personajes y esa acción el novelista histórico tiene que inventar.
Pero atención, los libros de Historia sirven a los autores de novelas históricas para escribir sus libros, para levantar los decorados y las figuras que luego emocionarán a los lectores. Digamos que los historiadores y los novelistas encarnan funciones muy diferentes, pero que se encuentran en el camino, el camino de la lectura, del pasado, de la literatura y la Historia.
         Carlos García Gual, gran filólogo y buen conocedor de las novelas históricas, recuerda que se las ha tachado de “género bastardo”, en cuanto a que sus padres son la Historia y la novela, la ficción, en principio conceptos opuestos. La novela inventa, fabula, imagina, “miente” –“la verdad de las mentiras” que decía Vargas Llosa-; la Historia registra, analiza, interpreta, estudia. Sin embargo la novela histórica es un feliz resultado de esta unión. La novela histórica tiene cierta libertad para jugar con la Historia, pero debe ser fiel al marco –esto me lo destacaba mucho José Luis Olaizola-, ofrecer un decorado verosímil, como verosímil tiene que ser el comportamiento de todo su mundo, incluidos los personajes. Generalmente ya le pedimos verosimilitud a una novela normal; en la novela histórica tiene que guardar ese tipo de verosimilitud, la que hace que el lector se crea el mundo de la novela, como en cualquier relato ficticio, pero también en este caso que acepte con naturalidad la ambientación histórica.
         Una buena novela histórica pone en pie a los personajes, sus conflictos, los suyos y los de la época, que en todo o en parte pueden ser los mismos. La novela histórica se puede centrar en las grandes figuras del pasado, o puede escoger a personajes secundarios, volverlos principales, como ha hecho con tanta frecuencia la novela moderna. O puede hacer convivir, como es frecuente, a unos y otros en el mismo relato.
         ¿Y cómo actúa el novelista para hacer una novela histórica? Contaré mi experiencia con Cid Campeador y con otras novelas históricas. Es fundamental conocer la época y los personajes históricos, de todas las formas a nuestro alcance. Todos los esfuerzos serán recompensados. Conviene seleccionar bien los libros sobre el tiempo y el personaje que hemos elegido, consultando a expertos y libreros. No hay escritor, o buen escritor, sin un buen lector, en mi opinión. Hay que leer mucho, en este caso mucha Historia. Para coger el tono en la escritura es muy bueno leer literatura de aquella época, o, para darle un tono antiguo, el más adecuado al relato que queramos escribir. Para una novela ambientada en el Siglo de Oro no sería mala idea leer el Quijote, lo que produciría, normalmente, una sutil mezcla en nuestra narración entre la prosa de aquella época y la de la nuestra. Si el artificio, que es tan natural, resulta eficaz el lector leerá con placer nuestro libro. A mí me gusta también leer, por ejemplo, Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, o Ivanhoe, del gran Walter Scott, pionero de la novela histórica –aunque la novela histórica ha tenido muchos y muy antiguos orígenes-, para que mi narración se impregne de su narrativa ágil, amenísima y a la vez bella, muy eficaz. Francisco Umbral decía que cuando escribía novelas leía novelas “para no dispersar la cabeza y porque siempre se aprende algo”. Es muy buena idea, mientras nos documentamos y mientras escribimos nuestro manuscrito, leer las grandes novelas y los grandes novelistas, porque sin duda éstos ejercen un influjo beneficioso sobre nuestra obra. No hay que olvidar que el escritor puede elegir sus influencias, que no sólo son algo involuntario o no premeditado. El escritor, en este caso el novelista, elige en buena parte los caminos por los que quiere transitar.
         Por último diré que ayuda mucho visitar los lugares de nuestra novela, siempre que se pueda. Hoy en día Internet nos ofrece muchas facilidades, proporcionándonos mucha información y maravillosas imágenes, pero nada de esto es comparable a la visita personal a los espacios que queremos recrear en nuestra novela. Aunque sea en pequeños detalles, tan importantes, merece la pena coger la mochila y realizar pequeños o grandes viajes histórico-literarios para documentarnos. Aparte de que son un gran placer.





                                               Eduardo Martínez Rico
                                               Escritor y periodista


Publicado en El Norte de Castilla
8-7-2014

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