Quizá sea la novela histórica el género literario
más popular que existe hoy. Actualmente sólo, por lo que parece, la novela
negra le hace sombra en cuanto a número de lectores y pasiones desatadas, y se
da bastante la mezcla entre ambos géneros, como ya se produjo en la famosísima El nombre de la rosa.
¿Por
qué gusta tanto la novela histórica? Durante algún tiempo yo encontraba una
respuesta muy clara a esta pregunta, aunque no tiene por qué ser la correcta. A
los lectores nos gusta mucho el pasado, la Historia, nos apasiona, sí, pero los
libros de Historia son muy difíciles de leer, en general, y por otra parte en
ellos la Historia no tiene el volumen de vida, acciones y diálogos, por
ejemplo, que sí puede tener una novela histórica. Efectivamente, en los libros
de Historia está el pasado, muy detallado, minuciosamente estudiado, pero la
vida se encuentra mucho más en la novela histórica, y gracias a que ésta
fabula, sobre el pasado, se halla con tanta fuerza la vida. Una vida que es
cruce de lo que alguna vez fue presente y la invención de sus autores, pues
sólo para levantar a esos personajes y esa acción el novelista histórico tiene
que inventar.
Pero atención, los libros
de Historia sirven a los autores de novelas históricas para escribir sus
libros, para levantar los decorados y las figuras que luego emocionarán a los
lectores. Digamos que los historiadores y los novelistas encarnan funciones muy
diferentes, pero que se encuentran en el camino, el camino de la lectura, del
pasado, de la literatura y la Historia.
Carlos
García Gual, gran filólogo y buen conocedor de las novelas históricas, recuerda
que se las ha tachado de “género bastardo”, en cuanto a que sus padres son la
Historia y la novela, la ficción, en principio conceptos opuestos. La novela
inventa, fabula, imagina, “miente” –“la verdad de las mentiras” que decía Vargas
Llosa-; la Historia registra, analiza, interpreta, estudia. Sin embargo la
novela histórica es un feliz resultado de esta unión. La novela histórica tiene
cierta libertad para jugar con la Historia, pero debe ser fiel al marco –esto
me lo destacaba mucho José Luis Olaizola-, ofrecer un decorado verosímil, como
verosímil tiene que ser el comportamiento de todo su mundo, incluidos los
personajes. Generalmente ya le pedimos verosimilitud a una novela normal; en la
novela histórica tiene que guardar ese tipo de verosimilitud, la que hace que
el lector se crea el mundo de la
novela, como en cualquier relato ficticio, pero también en este caso que acepte
con naturalidad la ambientación histórica.
Una
buena novela histórica pone en pie a los personajes, sus conflictos, los suyos
y los de la época, que en todo o en parte pueden ser los mismos. La novela
histórica se puede centrar en las grandes figuras del pasado, o puede escoger a
personajes secundarios, volverlos principales, como ha hecho con tanta
frecuencia la novela moderna. O puede hacer convivir, como es frecuente, a unos
y otros en el mismo relato.
¿Y
cómo actúa el novelista para hacer una novela histórica? Contaré mi experiencia
con Cid Campeador y con otras novelas
históricas. Es fundamental conocer la época y los personajes históricos, de
todas las formas a nuestro alcance. Todos los esfuerzos serán recompensados.
Conviene seleccionar bien los libros sobre el tiempo y el personaje que hemos
elegido, consultando a expertos y libreros. No hay escritor, o buen escritor,
sin un buen lector, en mi opinión. Hay que leer mucho, en este caso mucha
Historia. Para coger el tono en la escritura es muy bueno leer literatura de
aquella época, o, para darle un tono antiguo, el más adecuado al relato que
queramos escribir. Para una novela ambientada en el Siglo de Oro no sería mala
idea leer el Quijote, lo que
produciría, normalmente, una sutil mezcla en nuestra narración entre la prosa
de aquella época y la de la nuestra. Si el artificio, que es tan natural,
resulta eficaz el lector leerá con placer nuestro libro. A mí me gusta también
leer, por ejemplo, Los tres mosqueteros,
de Alejandro Dumas, o Ivanhoe, del gran Walter Scott, pionero
de la novela histórica –aunque la novela histórica ha tenido muchos y muy
antiguos orígenes-, para que mi narración se impregne de su narrativa ágil,
amenísima y a la vez bella, muy eficaz. Francisco Umbral decía que cuando escribía
novelas leía novelas “para no dispersar la cabeza y porque siempre se aprende
algo”. Es muy buena idea, mientras nos documentamos y mientras escribimos
nuestro manuscrito, leer las grandes novelas y los grandes novelistas, porque
sin duda éstos ejercen un influjo beneficioso sobre nuestra obra. No hay que
olvidar que el escritor puede elegir sus influencias, que no sólo son algo
involuntario o no premeditado. El escritor, en este caso el novelista, elige en
buena parte los caminos por los que quiere transitar.
Por
último diré que ayuda mucho visitar los lugares de nuestra novela, siempre que
se pueda. Hoy en día Internet nos ofrece muchas facilidades, proporcionándonos
mucha información y maravillosas imágenes, pero nada de esto es comparable a la
visita personal a los espacios que queremos recrear en nuestra novela. Aunque
sea en pequeños detalles, tan importantes, merece la pena coger la mochila y
realizar pequeños o grandes viajes histórico-literarios para documentarnos.
Aparte de que son un gran placer.
Eduardo
Martínez Rico
Escritor
y periodista
Publicado en El
Norte de Castilla
8-7-2014