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martes, 10 de febrero de 2015

Pelayo, rey: Fáfila






En la mansión de Lutgarda, situada en una colina a las afueras de Tuy, reinaba la calma y el silencio. Todos sus ocupantes dormían y reponían fuerzas para el trabajo del día siguiente. Mientras, en el dormitorio de la dama, dos cuerpos entrelazados hablaban entre susurros. Fáfila había entrado subrepticiamente hasta allí y había empezado a explicarle sus intenciones; pero la pasión, acrecentada por lo esporádico de sus encuentros, había hecho que las palabras se entrecortasen y dejasen pronto paso al amor. Al fin, Fáfila susurró sus planes en los ilusionados oídos de su amada. ¿Estaba de acuerdo la dama en abandonar sus privilegios y prerrogativas, arriesgando incluso su vida, por seguir junto él? ¿Llegó a contestarle? Nadie lo sabrá nunca, pues en ese momento la puerta de la habitación se derrumbó con estrépito y media docena de soldados entraron en la estancia al mando de Sigmundo y del hermano del duque, Sisberto, cuya fama de experto luchador superaba incluso a la del duque de Llanera. Tras ellos, en un rostro enmarcado por una cuidada barba negra, los ojos fríos y crueles de Witiza, hijo de Egica y duque de Gallaecia, relucían con odio.

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